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La revelación de Tonó

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Desde hacía rato, Mercedes Reyes Camilo, Doña Chea, inquieta y alterada, dirigía constantes miradas hacia el pequeño, mientras repetía con voz estrangulada por el dolor y el presentimiento- ese que nunca puede engañar el corazón de una madre-, que algo le había ocurrido a sus hijas.

En verdad, Ana Antonia Rosario Rodríguez (Tonó), como la llamaban todos, era parte íntima de la familia Mirabal. Había llegado al seno del hogar cuando apenas contaba 12 años y tanto Mamá Chea como las muchachas la habían tratado como a una más entre ellas.

En los brazos de Tonó, siempre plenos de amor, habían reposado los nuevos miembros de la estirpe:

“Cuando llegué a la casa de Ojo de Agua, Patria no había tenido aún a Noris. Enseguida nació la niña y yo veía cómo aquella primera hija de Mamá Chea se comportaba de manera muy especial con todos. Cada domingo, después de misa, ella venía a ver a sus padres y como que Pedrito González, su esposo, era tan complaciente, pues no le ponía ningún obstáculo para que estuviera junto a ellos y les atendiera. Por eso Doña Chea lo quería tanto.

“Pero es que Patria era el consuelo de todos y especialmente de Minerva, de María Teresa, de Dedé, de toditos. Yo me acuerdo que cuidaba de Manolito, el hijo mayor de Minerva y se hacía cargo de él cuando ella estaba en la Universidad.

“Al morir Don Enrique, Doña Chea hizo su casa al lado de un hermano del difunto, para estar más afuera, en el centro del pueblo, pues ella sabía que sus hijas corrían peligro.

“Esos tiempos eran muy difíciles, muy dolorosos. No todo el mundo visitaba la casa. Hubo familiares que hasta se quitaron el apellido, porque no querían que nadie les mencionara y supieran su relación con los Mirabal.

“Tratar a Patria era un privilegio, por su dulzura, por su manera de ser. Educó a sus hijos con mucho orden y educación; pero, había que ver cómo quería a los más humildes. Yo creo que ella fue madrina de los niños más pobres de ese sitio donde vivían.

“Y conmigo tenía cosas que nunca olvido. Sabía que me gustaba bordar y me decía: Mira, Tonó, te traigo estas agujitas para que bordes punto de cruz. Y cuando le nacían las flores que ella sabía que a mi me gustaban, venía a buscarme para que fuera a verlas, o me traía un ramito.

“Ese día de la muerte de las muchachas, Doña Chea le dijo: hija, tú estás muy estropeada, no vayas a la cárcel, ya tú fuiste a ver a tu esposo… Es que Patria había venido de ver a Pedrito de La Victoria. Y ya Doña Chea les había advertido que las iban a tirar donde mismo mataron a Donato Bencosme, uno que había sido asesinado antes, pero Patria insistió en ir con sus hermanas y acompañarlas en aquel viaje, el último de sus vidas.

“Desde las 8 de la noche, Mamá Chea estaba nerviosa y lloraba bajito. A las 9 me dijo: Ya me las mataron. Pero teníamos la esperanza de verlas aparecer. Entonces, yo me recosté en la cama donde Patria dormía, con Raulito a mi lado, en su cunita. Y fue ahí, en ese momento, que de pronto sentí la presencia de Patria: – ¡Mi hijo, mi hijo!, me gritaba, mientras apretaba mi mano y la suya estaba muy fría. Creí verlas a las tres, así mojaditas y una encima de la otra… Fue una visión que no olvido nunca.

“Eran como las dos de la madrugada y llegué junto a Reyna, una trabajadora de la casa que estaba en la cocina y le dije- las muchachas están muertas. “Buscamos a Pedro, otro trabajador de allí y le pedí que le avisara a Dedé, que yo sabía que las muchachas estaban muertas, porque yo había visto así, sus cuerpos, uno encima de los otros, mojaditos…

“Ya como a las 4 de la madrugada Pedro fue donde Dedé a avisarle y entonces llegó un alcalde, con un papelito que yo no guardé, pero que decía exactamente: se accidentaron, están en el Cabral y Báez, el hospital de Santiago. Era como una especie de telegrama, un aviso, que sólo indicaba eso.

“Dedé, Doña Cheay Nelson se fueron para la Gobernación de Salcedo. Allí les dijeron que estaban muertas. Entonces Dedé siguió con Jaimito, su esposo. Doña Chea regresó a la Casa y el vecindario se fue reuniendo junto a ella. Como a las 9 trajeron los cadáveres. Las velamos en esa casa que hoy es el Museo de las Hermanas Mirabal. Dedé quería sacarlas de las cajas y cambiarles las ropas; pero, no se podía.

“A María Teresa le cortó su trenza y yo vi el rostro de Patria, amoratado como el de sus hermanas. Me di cuenta que las habían matado a palos. La más golpeada era Minerva y Patria tenía signos de estrangulamiento en su cuello. Al entierro en Salcedo no fue toda la gente que debía. Es que nose atrevían por miedo.

“Recuerdo que en los días que siguieron, el perro de la casa iba de la puerta de entrada por todo el patio, aullando y aullando. Era algo terrible. Es que cuando mueren tres personas tan jóvenes y llenas de vida así y dejan sus hijos, el sufrimiento es mucho y los animales también sienten eso.

“Estuve con Doña Chea hasta sus minutos finales, los 20 años que sobrevivió a la muerte de sus hijas y ayudando a cuidar a todos los hijitos huérfanos. Creo que he cumplido con Patria y las demás y en mis oraciones siempre están ellas, siempre.

“Mi vida entera estuvo dedicada a los Mirabal, hasta que hace un tiempo fui a cuidar a mi madre, Francisca Rodríguez, (Mamitica), quien falleció hace dos años, con 103 años. Esa ha sido mi vida. Todavía, cada noche, sigo rezando a Dios por las almas de Patria, Minerva y María Teresa. Jamás he borrado la imagen de las tres muchachas”.

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