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El Merengue: contagioso, verdadero y enriquecido

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”Las mujeres de Juan Gómez/ son bonitas y bailan bien/ pero tienen un defecto/ que se ríen de todo el que ven/… No hay duda de que el contagioso ritmo del merengue ha transitado por caminos que se integran indisolublemente a la identidad nacional dominicana por los siglos y los siglos.
 
Según el musicólogo cubano, Helio Orovio, fue Juan Bautista Alfonseca (1810-1875), “el primer compositor y director de orquesta que cultivó sostenidamente el merengue”, a mediados del siglo XIX, con temas tan recordados como «La Chupadera», «¡Ay Cocó!», “Los pastelitos”, “El morrocoy”, “El juramento”, “El sancocho”, o “La Juana Quilina”, (de este último sólo se conserva la partitura musical), entre otros.
 
Vinculado a las luchas y algo más…
 
En el sitio conocido en Internet como MUSICA LATINA: MEREN-GUE DOMINICANO, se denomina el tradicional ritmo como “algo dulce o batido. Estamos hablando del género musical-danzario con ese nombre y que en nuestros días se encuentra muy difundido”.
 
Tal y como plantean diversas fuentes consultadas, el Merengue nació en el Cibao, a mediados del siglo XIX y se dice que estuvo siempre muy vinculado a las luchas independistas dominicanas.
 
Esa mezcla de África, España y Francia consolidó, según el investigador Argelier León, el nacimiento del Son, así como otros géneros como: “el Sucu-sucu en Isla de Pinos y Changüí” todos estos de Cuba. “El Joropo Venezolano, Tamborito Panameño, Plena Portorriqueña, Porro Colombiano, Merengue Haitiano y el Merengue Dominicano”, considerado baile nacional de esta nación.
 
No hay duda de que en las islas del Caribe, sobre todo en la República Dominicana y Cuba, las improntas de las colonias, así como de los africanos traídos como fuerza esclava, jugaron un papel esencial en la conformación de ritmos musicales que han trascendido al paso de las centurias, desde su origen popular, negado al principio por las clases aristocráticas, ya que se consideraba “vulgar y hasta inmoral”. Pero, con el paso del tiempo, esta música se adentró en las arterias del país, hasta formar parte del repertorio de las orquestas de baile.
 
El musicólogo dominicano Darío Tejeda, autor del libro “La pasión Danzaria”, editado por la Academia de Ciencias de la República Dominicana, ha destacado en intervenciones y escritos cómo la historia del Merengue es un claro ejemplo de los conflictos de nuestra identidad.
 
Muchos hablan de “la fusión de las culturas antecedentes. La presencia de lo indo americano se ve representada en el güiro, África con la tambora y lo Europeo el acordeón”. En el Merengue todo esto se ve muy claro, aunque otras prominentes figuras en el campo de la música criolla “han declarado que el Merengue no tiene ninguna influencia africana en sus elementos percusivos y rítmicos, negando así el aporte directo trasatlántico del África esclava, o por injerto haitiano”.
 
De todos modos, más allá de rechazos a ”esta tradición afro-dominicana” y aunque se plantee que “el colectivo dominicano nunca dio a luz un movimiento que realce y celebre la contribución africana y que a la misma vez exhiba con orgullo los aspectos y costumbres de origen africano (movimiento de Negritud), como han surgido en otros países del Caribe y de las Américas, tales como Cuba, Puerto Rico, Haití, Jamaica ,Trinidad , los Estados Unidos y el Brasil” (…) no cabe dudas que hoy la conciencia dominicana en su búsqueda de identidad nacional esta redefiniendo su carácter étnico a la luz de estudios científicos, intercambios culturales importados por la diáspora dominicana del norte, y contribuciones artísticas como las del compositor y poeta Juan Luis Guerra, (…) este contemporáneo de la música popular dominicana junto a otros ya mencionados, seguirán retando la establecida imagen dominicana a reevaluar su posición tradicional frente a sus raíces y herencia africana”.
 
Los campos dominicanos aportaron lo genuino de su voz musical. Es el caso del Merengue Juangomero, nacido en Juan Gómez y considerado como uno de los más auténticos, antecedido por la Mangulina, según se ha escrito.
 
En dichos campos, los conjuntos típicos de Merengue estaban formados “por un cuatro o por un tres, un güiro y una tambora”. Después, “a finales de ese siglo (XIX), el acordeón llegado de Europa, sustituye al cuatro. Luego se le adiciona el Saxofón y un bajo, al igual que el Son cubano, en el monte se usaba la marímbula. A esta agrupación se le denominó Perico Ripiao”.
 
Al “tempo “más lento y cadencioso del Merengue se nombró Apambichao”. Otros estudios asignan las sonoridades a las tribus del antiguo Dahomey. O las sitúan en el nacimiento de las luchas de independencia frente a Haití.
 
También hay una teoría de que nació como derivación de un baile llamado URPA o UPA Habanera, se paseó por el Caribe, y se desarrolló en los medios rurales dominicanos”.
 
Se habla de fechas como: 1822 hasta 1844, en que el género se extiende y crece en Quisqueya. Se menciona la primera cita como baile de salón y de 1855, cuando emerge “la expresión bailable de lo que hoy se reconoce internacionalmente”.
 
Da igual, lo cierto es que el Merengue es muy Dominicano y, sin duda, posee un importante registro en los acontecimientos históricos del país.
El Merengue “es ánimo, movimiento, parejas abrazándose y dando vueltos que los levan al cielo”. Contagioso, verdadero y enriquecido. El mundo entero goza de su contagio. El Merengue “es un virus curativo”.
 
Quien escribe estas líneas gusta de repetir sin pudor que “El Merengue surgió como una transformación afro-americana de la contradanza europea (…) parte de una familia de bailes generalizada en el Caribe. Qué importa si el Merengue dominicano los campesinos de las varias regiones de la isla lo transformaron en contradanza a sus propias maneras, utilizando estéticas e instrumentos musicales propios de sus culturas regionales”.
 
Lo que importa es que hoy en día se llama Merengue Dominicano y que, a pesar de las múltiples influencias foráneas que le han enriquecido en su conformación musical, se ha convertido en un foro para promover la identidad nacional.
 
Que prevaleció como arma artística ante la injerencia de tropas norteamericanas entre 1916 y 1924. Que “sirvió de parapeto a las protestas políticas” con el apego popular por sus textos movilizadores y de crítica contra el gobierno de Rafael Trujillo (1930-1961), período en el que las mejores bandas interpretaban canciones propagandísticas contra la situación imperante en la nación”.
 
De “insinuante contenido sexual y arreglos para tambora y saxofón más enérgicos”, nombres como el ya mencionado Juan Luis Guerra, Wilfrido Vargas, Johnny Ventura, entre tantos otros, lo han elevado “con variantes como apimbachao, jaleo, pripri, merenguote, bole- Merengue”.
 
“El Merengue es un ritmo libre”, que cada quien baila como quiere y que marca la dominicanidad y lo genuino.

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