“Felicitaciones a los caballeros oficiales y valiosos alistados, de ayer y de hoy, quienes con sus acciones han contribuido a engrandecer la Armada de República Dominicana, autoridad marítima nacional , dejando su legado para orgullo de su país y honra de sus familias”.
Este 15 de abril, día de la batalla naval de Tortuguero (1844), conmemoramos la efemérides del 177 aniversario de la fundación de la entonces Armada Nacional, tal y como precisa el título V11, en su Artículo 185 de la Constitución del 6 de noviembre de 1844, oficializando su génesis conjuntamente con el Ejército de Tierra y la Guardia Cívica. La misma, con sus aportes, tanto con el transporte de tropas, logística y poder de fuego, se consagra como orgullo de la dominicanidad más pura en la larga lucha independizándonos de Haití.
Desde entonces, surgió su gloria inmarcesible, bajo el mando del comandante Cambiasso, y otros próceres, como Maggiolo y Acosta, cuando los haitianos mordieron por primera vez el salitre de la derrota en los mares del Sur, así como en batallas como Beller y la Estrelleta (1845), El Número y Las Carreras (1849), blindando las líneas de abastecimiento, obligando a las huestes del Oeste a desviarse por caminos angostos, rutas más largas y peligrosas, repotenciando con la ofensiva marítima a territorio haitiano en 1949 y 1950.
Después del desmantelamiento de la Armada, el año posterior a la anexión a España (1862), el resurgir de la misma en la época de Ulises Heureaux (1893), desactivada de nuevo en la invasión USA (1917); en la era de Trujillo, arribó al país (1933) el vapor Guantánamo, primera unidad naval adquirida por ese nuevo gobierno. Con la orden general No. 1 de enero 1936, se creó el primer destacamento de Marina, dependiendo del Ejército, y en el año 1938, se compraron a los EE.UU., tres unidades navales tipo guardacostas, integrándose a su dotación de 108 hombres. En el año de 1943, mediante el decreto del Poder Ejecutivo No. 1081 del 3 de abril, la comandancia de la entonces Marina Nacional, pasó al mando del capitán Manuel R. Perdomo, todavía dependiente del Ejército, iniciándose la primera promoción de guardiamarinas (cadetes).
En 1944, se incorporaron tres guardacostas norteamericanos, tipo caza submarinos y en el año 1945, en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial, se integraron, también provenientes de USA, dos buques de guerra de amplio poder de fuego, una corbeta de construcción canadiense y una fragata, comisionadas como Colón C-101 y Presidente Trujillo F-101, respectivamente, conformando con 11 guardacostas, dos lanchas auxiliares y una goleta, la flota dominicana.
El 10 de enero de 1947, el decreto del Poder Ejecutivo No. 4169 cambió el nombre de Marina Nacional por el de Marina de Guerra, y se designó al comandante Ramón Julio Didiez Burgos, como su primer jefe de Estado Mayor. Bajo ese visionario mando se adicionaron las corbetas Juan Alejandro Acosta, Juan Bautista Cambiasso, Gerardo Hansen y Juan Bautista Maggiolo, dos guardacostas, dos barcaza de rescate aéreo y dos barcos patrulleros, incorporándose también para soporte y mantenimiento, un dique. Luego, se adquirieron dos buques ingleses de gran potencia de combate, los destructores Trujillo D-101 y Generalísimo D-102.
A la caída de la dictadura de Trujillo comenzó el declive de la flota y a principios de la década de los años 70s, se vendieron los dos destructores como chatarra a España, país donde fuimos gloriosamente representados con esos buques de guerra en la todavía desconocida “misión naval de 1954”, con su mentor, el almirante Luis Homero Lajara Burgos.
A finales de los años 60s y en los 70s, se incorporaron unidades navales descargadas del gobierno norteamericano, y en el 1984, los norteamericanos donaron dos guardacostas, el Orión GC-109 y Canopus GC-107. En el 2003, se adquirió con un financiamiento extranjero, el guardacostas Altair GC-112. Con el rescate del patrullero de altura “Almirante Didiez Burgos” PA-301 (2010), construido en USA (1942), volvimos a tener buque insignia (símbolo de la flota). El 2018 constituyó un hito histórico naval con la compra por parte del gobierno dominicano del velero “Almirante Juan Bautista Cambiasso” BE-01, primer buque escuela de la Armada de República Dominicana . En el 2020, se incorporó el guardacostas Betelgeuse GC-102, otro aporte del gobierno norteamericano.
Además de las responsabilidades constitucionales de defensa nacional (costas y mar territorial), la falta de recursos presupuestarios, a pesar del incremento de las misiones marítimas y terrestres de la Armada, enfrentando amenazas emergentes como lo constituyen el narcotráfico, el crimen organizado, los daños al medio ambiente marino, desastres naturales y los peligrosos viajes ilegales en frágiles yolas a Puerto Rico, con la adicionada integración a la seguridad ciudadana, merecen la atención del gobierno, para la indispensable listeza operacional, conscientes de que han asumido el mando en medio de una pandemia.
Sería también oportuna la asignación de fondos para la activación de la industria naval, adquiriendo remolcadores y barcazas para el transporte de combustible, materiales de construcción, entre otros, para su participación proactiva en el desarrollo nacional.
Esperamos la añorada modernización de la flota con la adquisición de más barcos guardacostas bien equipados, así como buques multipropósito operativos y la incorporación de otras lanchas interceptoras con personal entrenado y armamento adecuado, cuyo sistema debe tener el soporte de estaciones navales en puntos estratégicos de las costas dominicanas (triángulo de seguridad marítima), con tecnología, bajo el paraguas de una “ley de navegación, capitanía de puertos y policía marítima”, actualizada, con la aplicación del indispensable “manual de doctrina conjunta”, diseñado por oficiales dominicanos pensando por primera vez en el interés nacional.
Que la Armada del milenio se oriente siempre con su rosa náutica navegando el norte verdadero de los objetivos nacionales, aferrada al timón de la más puras convicciones. Que siempre se cumpla la Ley Orgánica de las FFAA, con el catalejo en manos de los de vocación, capaces, honestos y responsables, los forjados en la fragua de los cuarteles, eslabones en la cadena del honor, símbolos y tradiciones que nunca deben volver a romperse.
La Armada, virtuosa y apartidista, es “una profesión honorable”.