Buena parte de las proteínas que la humanidad emplea antes de la era cristiana las usaba para ofrendárselas al Señor, pero con el sacrificio propiciatorio de Jesús, se acabó el matar animales para supuestamente deleitar con su sangre al que todo lo puede.
Eso provocó que en la mentalidad del nuevo culto monoteísta perdiera sentido la presencia milenaria de los canjeadores del templo judío, aquellos que desde el retorno del exilio babilónico estuvieron allí para garantizar la pulcritud de las especies sacrificadas para Dios.
El que no disponía de criaderos que les garantizaran ejemplares perfectos, llevaba de los que tenían para hacer trueques en el templo, y una cabra defectuosa se dejaba para el consumo humano mientras la óptima se mataba para Dios. Igual estaban los que canjeaban las monedas paganas por las del templo, que no podía tener la imagen de figura humana.
Eso quedó atrás, como también la ley del talión, que no es otra que la de la justicia salvaje. Desde luego que el Evangelio de Mateo y de manera especial, la parte en la que reproduce el denominado Sermón de la Montaña, o el Sermón del Monte, que ambos son lo mismo que el sermón del llano del que habla San Lucas, han tenido mucha incidencia.
Se trata de un discurso que talvez sólo existió en el espíritu creador de algunos narradores o la recopilación de mensajes pronunciados en lugares y circunstancias distintas por un predicador que en lo esencial decía lo mismo en todas partes.
Aunque no lo haya admitido, en esa pieza debió inspirarse el diácono San Francisco de Asís para un escrito hermoso como éste:
“Señor, haced de mí un instrumento de vuestra paz. Que ahí donde haya odio, ponga yo amor; que ahí donde haya ofensa, ponga yo perdón: que ahí donde haya discordia, ponga yo armonía: que ahí donde haya error, ponga yo verdad; que ahí donde haya duda, ponga yo la fe; que ahí donde haya desesperación, ponga yo esperanza; que ahí donde haya tinieblas, ponga yo luz: que ahí donde haya tristeza ponga yo alegría.
“Señor, que no me empeñe tanto en ser consolado, como en consolar; en ser comprendido, como en comprender; en ser amado, como en amar; pues dando es como se recibe, perdonando se es perdonado y muriendo se resucita a la vida eterna”.
El Dios hecho carne que Mateo presenta a la humanidad dista mucho del Dios vengativo e implacable del Antiguo Testamento. El que encarna la cristología es un ser misericordioso y consolador. En su capítulo 5 en los versículos del tres al doce, es el mayor ente de apaciguamiento:
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los mansos porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán la misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Mahatma Gandhi, que inspiró su movimiento pacifista en ese sermón llegó a decir que si se pusieran en ejecución sus enseñanzas se resolverían los problemas del mundo entero, y lo propio creyó su discípulo estadounidense, Martin Luther King
Después de las bienaventuranzas el sermón formula: “Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio… “Por tanto si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.”
Desde luego que en esa concepción no puede introducirse el apoyo a la pena de muerte, implícitamente planteado en el proyecto de interceptación aérea y marítima, pendiente de aprobación en la Cámara de Diputados.
Después de haber declarado de alta prioridad el combate al tráfico y consumo de drogas, “autoriza la vigilancia, interceptación, desvío y, eventual derribamiento y destrucción de aeronaves y naves involucradas en el tráfico internacional de drogas, a las condiciones de procedimientos y límites, establecidos en la presente ley”.
Es cierto que la sola presentación de esa iniciativa confiesa que el Estado ha perdido el control de los espacios marítimo y aéreo, y que otros hechos demuestran que no hay control fronterizo, y que permanecer indiferentes sería sentarse a esperar el colapso.