El título del libro surgió en el camino “como pasa con la mayoría de los escritores”, dice circunspecto don Rafael Feria Añez, quien rememora aquellos días en que comenzó a escribir casi por azar. ..
“Tenía apenas dos páginas y me atreví a enseñárselas a mi esposa. Ella fue quien me entusiasmó, junto a mis hijos y algunos amigos cercanos, a continuar escribiendo. Así nacieron las 686 páginas del libro Los naranjales amargos”.
-¿Por qué ese título?
“En este país esa es una de las frutas que más disfrutamos; pero, se me ocurrió añadir el adjetivo amargo, porque pensé que los dominicanos nos estamos comiendo hace tiempo las naranjas amargas y no nos damos cuenta. “Hay naranjas dulces y agrias, pero el amargor es eso que se siente al ver frutadas las esperanzas. A más de cuarenta años de concluir una dictadura, todavía sigue por ahí el ¨rompan fila y viva el jefe¨.
“Me pregunto qué ha sido de nuestro país después que esos héroes nos liberaran. Hemos caído en un barranco que no tiene nombre ni explicación. Resulta que unos potentados roban en los bancos y no les pasa nada, o van a prisión con todas las comodidades; en tanto que un infeliz roba por hambre, o tiene un altercado y guarda prisión de por vida, como es el caso del personaje sobre el cual baso la historia de mi libro”.
– ¿Podría referirse un poco a la trama?
“En el año 98, cuando se hizo la reforma carcelaria, se presentó en la televisión un personaje llamado Máximo Mejías González, quien había pasado veinte años de su vida encerrado en las cárceles de este país y nadie sabía que estaba ahí. Su familia lo perdió de vista, al igual que una novia que tenía desde muy joven. Desapareció y salió a la luz cuando el procurador General de la República, en pleno apogeo de su función política, visitó la cárcel de Puerto Plata y el reo le gritó: – señor, yo tengo aquí casi veinte años y no me han hecho juicio.
“Al evaluar e investigar el caso, no había un solo papel que hablara de Mejías González; era como si nunca hubiese existido y nadie sabía de él. Cuando logró salir de la cárcel estaba tuberculoso y sin embargo no guardaba rencor a nadie, a pesar de que hasta lo ataron al pie de la cama con unas esposas, por lo que los presos compañeros suyos hicieron huelgas.
“Se ganaba la vida en la cárcel lavando la ropa a otros, dormía en el suelo y no tenía dinero alguno con qué comprar nada. Sin embargo, estos ladrones de cuello blanco cuando van a Najayo viven en condiciones especiales, como reyes, los que van; en tanto que a este pobre campesino, por una riña fue a prisión, aún sin existir testigos, ni nada”.
– ¿Entonces, ese personaje es real en su novela?
“Si, baso mi novela en ese hecho real que me conmovió tanto. Claro, hago ficción, cambio el nombre y logro que en la trama ocurran esas cosas. También hay partes folclóricas, un bacá, una bruja, cuyo hijo es un revolucionario. En el transcurso de la novela trato de denunciar las injusticias en que vivimos”.
– De manera que inicia usted esta obra basada en un hecho social. También hubo en su vida experiencias nada satisfactorias, cuando siendo un funcionario público denunció actos de corrupción. ¿Los naranjales amargos expresa, en gran medida, esta frustración existencial?
“Yo me siento muy desencantado de ver cómo se ha permeado la conciencia nacional. Aquí vivimos en un Estado fallido, porque hasta los partidos han perdido el respeto entre sí. El otro día se publicó una lista de los salarios que ganan los diputados; en tanto que un agente que debe imponer el orden, apenas gana un salario miserable. Entonces, desde arriba hasta abajo todos se están pudriendo.
“Hace muchos años atrás, hice esta misma denuncia con pruebas y todo, pero el gobierno de esa época dejó las investigaciones en el aire, como sucede con el senador de Peravia, donde hubo drogas y dinero y nada aparece.
“Mire, mi novela no se lee. Este género literario apenas se busca. Ahora más se ven los temas de Trujillo, los chismes, etc. Definitivamente, muchas gentes hacen denuncias y se las lleva el viento. He decidido escribir en el futuro otros temas que no sean tan amargos como nuestros naranjales”.
– No obstante, pese al desaliento, usted es un dominicano digno cuya voz y letras se alzarán siempre para defender la ética de una nación donde hombres y mujeres la siguen defendiendo…Pero, volviendo a la trama del libro. ¿Es cierto que los personajes manejan al autor? ¿Es su caso en Los naranjales amargos?
“En realidad es un hecho inconciente. Los personajes nos dirigen. En el libro, uno de ellos tiene que morir, el que pelea con Máximo Mejías. Sin embargo, más adelante, a la mitad de la novela, ese señor parece decirme ¨no, no me dejes fuera¨. Entonces, lo hago vagar como un espíritu por entre los naranjales… Se pasa el resto de la novela buscando a su asesino, hasta que lo encuentra y hay un duelo imaginario. Es en ese momento en que se siente complacido de hallar a su homicida. Bueno, me gustaría que pudieran leerse el libro, porque ahí se logra hacer justicia de alguna manera. Sí, los personajes manejan al autor”.
– ¿Qué es más importante para usted al escribir?
“Lo más importante es el argumento. Es cierto que el buen título cautiva, pero si falla el contenido, la ficción se desvanece…Hoy en día encontramos novelas que uno lee y lee y la pregunta es ¿hacia dónde nos lleva ese libro, qué nos quiere decir? Sin embargo, se compra, se promociona, ocupa grandes espacios en la prensa y hasta se premia.”
– ¿Sus autores preferidos?
“Leo y estudio, línea por línea, a García Márquez. Lo considero un poeta de la escritura, un mago de la palabra”.
– ¿Cuál es el símbolo de la portada en el libro de Los naranjales amargos?
“En la portada aparece un bacá, que nombré Petrus debido a una isla griega que visité con mi esposa. Allí hay un personaje simbólico, un pelícano llamado Petrus, que es saludado por cada visitante.
“Para los dominicanos, un bacá es un animal mitológico al que se teme. La imaginería popular lo ha endiosado. Dicen en los campos haberles visto y cuando estuve investigando para hacer el libro me lo describían, cada quien a su manera. No obstante, mi bacá es una mezcla de gallo con un guaraguo. Resulta una mezcolanza interesante, un bacá nuestro, bueno, que se convierte en un personaje positivo en el libro: es un bacá pendejo…”
– ¿Otra novela en proyecto?
“Si, ya la estoy terminando. Abandono todo lo que es tragedia, folclor. Encarno a un personaje que se fue adueñando de la trama. Lo que inicié como un cuento se extendió hasta ser una novela. Su título es gracioso; es muy imaginaria y tiene un gran final, de veras que sí. Voy a intentar su publicación y vamos a ver si corre mejor suerte que la anterior y logra conocerse más”.
– Alguien ha hablado de su libro Los naranjales amargos como la gran novela dominicana…
“Si, alguien, un gran escritor y poeta la llamó así. Pero, mi decepción es ver cómo mi novela se pierde entre los anaqueles de las librerías y todavía tengo en mi casa montones de libros que guardo con la esperanza de que muchas personas lo puedan leer. Debo decir aquí que un gran amigo, quien prefiere no ser nombrado, fue el que me ayudó a pagar la publicación. De lo contrario, yo no habría podido sacar mi novela a la luz”.
– Finalmente, ¿se considera poeta, escritor o ambas cosas?
“Ambas cosas, escribo buscando en mi léxico palabras que transmitan esa magia de la poesía en prosa. Una línea alargada, con buenos adjetivos, es una de las herramientas que emplea García Márquez como descripción poética. Le repito que él es mi maestro. El hace que el párrafo que se lee deje al lector sin aliento. Yo aspiro a lo mismo. Pero, en verdad, nunca he querido presentarme como escritor. Este sustantivo me lo habrán de poner los lectores, quienes tienen todo ese derecho”.