A millones de colombianos pobres se les vendió la ilusión de que podían amasar fortuna, convirtiéndose en inversores de un sistema extrabancario que en principio mostraba excelentes resultados.
El ciudadano disponía de cualquier ahorrito o retiraba lo que le quedara en una cuenta bancaria y se lo entregaba a unos señores, que a la vuelta de un mes regresaban con el dinero reproducido.
Si usted entregaba cinco mil pesos, se podía sentar a esperar diez, y el testimonio suyo lo usaban para captar a cinco personas adicionales que depositaban su dinero y por igual lo recibían reproducido, y cada uno enrolaba a cinco personas más, en eso consistían las pirámides.
Los pobres empezaron a sacarles la lengua a la banca y a los impuestos que a través de ella recaudaba el Estado. Todo iba muy bien hasta que algunos “piramideros” empezaron a correr con el botín, y el Gobierno se vio precisado a perseguir y clausurar ese negocio, pero se ha armado una confusión del gordo del sable.
Ni los engañados están apoyando la decisión de intervenir y suspender ese negocio, porque muchos perciben que el asunto ha dejado de funcionar por la intervención gubernamental.
Creen que están siendo víctimas de una componenda del Gobierno con la oligarquía bancaria para desentenderse de un negocio que le estaba haciendo un hoyo, pero que además podía constituirse en una lavandería del narcotráfico.
“Los malditos ricos de este país no quieren chance para nadie”, gritaba una señora de Putumayo.
Un presidente con una popularidad fuera de serie en estos momentos se tambalea, porque para los pobres lo que han quebrado no son las pirámides, sino la única esperanza.
El presidente ha tenido que hablar y hablar, el Gobierno ha hecho lo correcto, pero muchos no le creen, e incluso ha sido salpicado con insinuaciones que vinculan su patrimonio con beneficios de ese truco.
En su edición del jueves 27 de noviembre el periódico El Tiempo, de Colombia, editorializó sobre la crisis:
“Las impactantes imágenes de los saqueos y quemas de oficinas ayer en Mocoa resumen la explosiva situación que ha generado el desplome de ‘las pirámides’. Mientras uno de los más fuertes inviernos azota al país, las repercusiones del terremoto ‘DMG’ han desbordado todas las previsiones: desde las filas de damnificados en el estadio El Camping hasta las emotivas acusaciones al presidente Uribe pasando por el surgimiento de un nuevo escándalo político. Nadie pensó que terminaría por socavar hasta el proyecto de reelección del 2010, como sucedió ayer en la Comisión Primera de la Cámara.
“Desde hace tres semanas, las réplicas del terremoto se reproducen en las más variadas esferas: política, económica, judicial, social y del orden público. En Nariño, Putumayo y Cauca, los departamentos más afectados por la crisis, la confusión y el malestar de miles de damnificados de estas estafas han dado paso a la rabia y el caos, como muestran los 15 heridos de los disturbios de Mocoa y las amenazas de violencia en zonas vecinas. A esto se suman tragedias como el secuestro del abuelo del administrador de una pirámide y el suicidio de un taxista endeudado.
“Lo grave es que las repuestas del Gobierno Nacional –como la dada el martes después de la reunión del presidente con las autoridades del Putumayo- encienden los ánimos en vez de aplacarlos. Los niveles profundos de desconfianza hacia las intervenciones estatales de las ‘pirámides’ y los rumores infundados de robos de los dineros por parte de las autoridades han elevado peligrosamente la tensión ciudadana”
¿Por qué la gente encegueció? Por la misma razón por la que los dominicanos sumidos en la pobreza desafían el peligro para aferrarse a la ilusión suicida de montarse en una yola.
¿Y por qué creen que su destino puede ser distinto al de parientes o amigos que han naufragado? Porque están urgidos de avizorar una brecha de progreso y están convencidos de que las vías institucionales no les reservan ninguna posibilidad.
Ciertamente que el modelo neoliberal promueve un crecimiento sin equidad, y los pobres no lo han estudiado, pero lo han aprendido y han terminado por no creer en nada.
Pienso en aquel esclavo en la puerta de la muerte que lucía una sonrisa que varió cuando le informaron de un médico milagroso, que era San Lucas. “¿Por qué entristeces si te puedo salvar?” “¿Y quién le ha dicho que quiero que me liberes de la muerte, que es mi única salida a la libertad?”
¿Quién le ha dicho al Gobierno que los pobres colombianos querían que los liberaran del engaño?