Todo eso está muy bien, en tanto no sea luz que dañe sobre todo a los menores de la familia, o deforme sus rostros o sea, sencillamente, esos ardores que queman y matan.
Muchas veces hemos abordado el tema en estas mismas líneas; pero, no son pocos los llamados para evitar accidentes fatales, ahora que llega la navidad y con ella los festejos.
El 40% de las lesiones provocadas por los fuegos artificiales se ocasiona en las manos y el 20% en los ojos, la tercera parte de cuyas lesiones oculares culminan en ceguera. Tres ciegos por cada diez casos, según afirman especialistas en Oftalmología del país. Y estamos hablando, en su mayoría, de niñas y niños afectados.
Está claro que como industria, estos artefactos pirotécnicos mueven millones de pesos en estos días navideños y que cada año aumentan significativamente sus ventas, a pesar de los llamados de instituciones, sobre todo médicas, para impedir mayor número de víctimas.
Aquí subyace la paradoja: ¿han olvidado estos empresarios que también ellos son padres de familias, tíos, hermanos, o amigos de menores que pueden figurar entre quienes padecen lesiones irreversibles en ojos y cuerpos?
No se trata de una convicción inverosímil, ni de tímidos olfateos: son realidades que ha vivido la sociedad dominicana año tras año.
Algunos redondean la idea de: “una Navidad sin fuegos artificiales no es Navidad” y observan la prohibición dispuesta por las autoridades como vía de pagos de impuestos al gobierno y al ayuntamiento.
Resulta inadmisible que en un país donde se estén enterrando tantos muertos, dejados por la violencia en nuestras calles, tenga lugar “un duelo de justicias” a ver quién vence a quien, para seguir ocasionando nuevos quebrantos, nada menos que por el indiscriminado uso de la luz.