El proceso democrático dominicano está avanzado, casi al nivel de las democracias más funcionales, tanto así que ya nuestros certámenes electorales cuentan con los tres elementos básicos:
1-El código del perdedor.
2-El buen perdedor.
3-Las encuestas como técnica de determinación de posibilidades.
En trabajos anteriores definí al “Código del Perdedor” como el instrumento que obliga a todo aquel que participa en un certamen electoral a hacer tres cosas:
1- Tan pronto como recibe el primer boletín en el cual hay una clara tendencia que determina quién es el ganador, llamar al precandidato triunfante y felicitarlo por su victoria.
2- Asumir la total responsabilidad por la derrota y agradecerles a sus colaboradores el trabajo realizado, la capacidad, el esfuerzo y el coraje demostrados por cada uno y por todos.
3- Marginarse totalmente de la campaña, aislarse del día a día de la actividad política, dedicarse a reflexionar, estudiar hasta encontrar una salida a su dilema, hallar la razón por la cual la plebe no pudo enamorarse de él, de su visión sobre la sociedad, de sus propuestas electorales. Mantener la lealtad a su organización y pedirles a sus colaboradores que se integren a los trabajos del candidato electo, que incorporen con su labor valor a la democracia.
Como las elecciones ahora son costosas, muy costosas, los partidos funcionan como corporaciones cuyas acciones son compradas por inversionistas y accionistas. Los accionistas son aquellos que poseen capitales invertidos y que son parte de los consejos administrativos. Los inversionistas son aquellos que, en función de la ley de la especulación, invierten en busca de una mayor ganancia. Los accionistas son el liderazgo de los partidos, los inversionistas son la masa votante.
Cuando las posibilidades de aumentar las ganancias no existen, lo mejor que puede hacer una corporación es elegir como presidente del Consejo Administrativo aquel accionista que posee mayores capitales. Así, la corporación enfrenta la falta del oro líquido, dejando la nueva inyección en mano del que posee principal sobrante, quien había asumido el liderazgo con plena conciencia de esa realidad y quien cree tener el poder, la paz y la ciencia para esperar mejores tiempos.
Como los estudios, casi en el cien por ciento de los casos, pueden leer la intención del electorado, ahora es fácil predecir quién será el ganador en una contienda electoral. Ese conocimiento sirvió de base para que en las corporaciones políticas apareciera lo que se conoce como el “buen perdedor”. Tres objetivos normalizan la labor, la meta que deberá alcanzar ese personaje:
1- Saber que no va a ganar, pero que puede dejar sembrada una ilusión, una esperanza, una posibilidad de que el partido puede regresar al poder, alguna vez.
2- Tener suficientes recursos, y estar dispuesto a gastarlos para solventar la costosa campaña electoral.
3- Mantener cohesionado, unido, a su partido y lograr que su voto histórico se manifieste el día de las elecciones.
Un claro ejemplo de ese personaje lo fue Miguel Vargas Mal donado en el pasado proceso electoral y lo fue John McCain en el pasado proceso en que resultó elegido como presidente de los Estados Unidos, Barak Obama.
Y las encuestas, ese instrumento de medición usado para determinar la estrategia y sus innumerables tácticas, poseen ya el prestigio necesario como para que todo aquel que intente descalificarlas haga el peor de los ridículos. Además, ese instrumento es el que le dice a los partidos, en forma clara, cuando no tienen posibilidad de ganar unas elecciones, que deben buscar al mejor buen perdedor que tengan y llevarlo como candidato presidencial.
En nuestro actual nivel de desarrollo de la democracia, esos tres elementos, es decir, el Código del Perdedor, el Buen Perdedor y el uso de las encuestas como técnicas válidas para determinar estrategias y tácticas están claramente aceptados. ¿Qué nos falta? Nos falta la capacidad institucional para que los partidos puedan escoger sin romper botellas y dar sillazos, “the man for the job”, esto es, el hombre ideal para el trabajo. En estos momentos, ¿Qué necesita el PRD y quién puede ser el hombre ideal para el trabajo, quién está llamado a ser el mejor “ man for the job”.
El PRD necesita institucionalizarse y necesita eliminar de su estructura dirigencial a esa vieja guardia espiritualmente cansada, agotada hasta en su forma de pensar, hasta en su forma de sentir, hasta en su forma de amar, hasta en su forma de despertar…
Rafael Peralta Romero, poeta, cuentista y novelista, es exactamente lo que era Leonel Fernández en el PLD en el año 1995, cuando lo elegimos como candidato presidencial por primera vez: el peledeísta que menos se parecía al PLD, el dirigente que menos se parecía a ese PLD radical que asustaba al votante. Rafael Peralta Romero es el perredeísta que menos se parece al PRD, con una personalidad dulce y afable, capaz de conectarse con todos los sectores; un profesor universitario de talla, prestigioso, un periodista como pocos hay en Quisqueya, un intelectual que posee la categoría de Miembro Correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua y uno de los más destacados escritores de literatura infantil que tiene la República Dominicana. Y esa dedicación al género literario más difícil que posee la literatura le ha proporcionado la sensibilidad necesaria para poder ver, leer y proyectar la evolución dominicana, conocer en su esencia el valor de la palabra y lo ha dotado también de la capacidad para entender que el primer paso para institucionalizar al país es institucionalizar sus fuerzas políticas; y eso es lo que el PRD necesita en estos momentos: un hombre que lo libere de la mentalidad talibánica de su vieja guardia, que lo desate y deshaga de esa vieja guardia que sólo opera bajo el desorden y el irrespeto a toda norma institucional. No hablo de su honestidad porque eso sería llover sobre mojado: Rafael es puro, casi santo.