LAS VEGAS, Nevada.- Que en mis lecturas de este nuevo año no falten dos o tres obras del más fascinante de los historiadores contemporáneos: Paúl Johnson. He leído dos veces su voluminosa historia sobre los Estados Unidos, después me ocupé de “El Nacimiento del Mundo Moderno”, ahora ando fascinado con “La historia de los judíos” y tengo en espera su historia del cristianismo.
En “La historia de los judíos” plantea que “los primeros libros de la Biblia, el Pentateuco, fueron presentados entonces como una leyenda transmitida oralmente y originada en varias tribus hebreas, las cuales les dieron forma escrita sólo después del Exilio, durante la segunda mitad del milenio a. C. Estas leyendas, decía la argumentación, estaban cuidadosamente manipuladas, armonizadas y adaptadas con el fin de aportar justificación histórica y sanción divina a las creencias, las prácticas y los ritos religiosos del sistema israelita del postexilio. Los individuos descritos en los primeros libros no eran personas reales, sino héroes míticos o figuras que representaban a tribus enteras.
“De ese modo, no sólo Abraham y los otros patriarcas, sino también Moisés y Aarón, Josué y Sansón, se disolvieron en el mito y se convirtieron en figuras que no eran más concretas que Hércules y Perseo, Príamo y Agamenón Ulises y Eneas”.
Que mi saqueta de golf no siga esperando por el tiempo que no se saca para envolverme en unas de las mejores terapias que los propios humanos se han propiciado para rendir pleitesía a la naturaleza, purificar y ejercitar el pensamiento.
Que mis prácticas de tenis se vean menos accidentadas por los continuos imponderables de una agenda que un comunicador, con mis responsabilidades, no puede manejar a su antojo.
Que tenga la fortaleza de ser cada vez mejor padre, mejor hijo y mejor esposo, un padre que no sobreproteja, que apoye y exija, que no se esmere en lujos, que se desvele por herramientas que son indispensables para el desarrollo de hombres y mujeres productivos.
Prometerme no ser un comunicador apasionado, seria idéntico ha plantearme el cambio de oficio. Renunciar ha asumir causas y defenderlas a cualquier precio, seria experimentar una transformación indeseada.
Lo que aspiro es que mis causas jamás me conduzcan ni a la invención ni a la mentira, que mis argumentos compartidos o no, siempre tengan peso.
Que la vida me guarde salud para disfrutar de la fragancia y del colorido de una flor, de la vegetación y de la lluvia, de los moros ahumados sobre un fogón campestre, que me permita seguir caminando descalzo sobre la arena de una playa, que siga disfrutando del concón con habichuelas, del maíz sancochado, del arroz con guandules con coco, del moro con bacalao, y de los chivos azuanos, maridados con un tinto de buen cuerpo.
Que mi país siga en democracia y se fortalezcan las instituciones, que se enfrente la corrupción y se controle la delincuencia, que la economía mundial se restablezca, que las guerras cesen.
Que no consintamos que el narcotráfico nos ahogue y continúe malogrando el futuro de muchos jóvenes dominicanos.
Que encontremos soluciones reales para la sempiterna crisis de la industria eléctrica.
Que suscribamos un pacto por el empleo.
Que se deje de fumar de una vez y por todas en los lugares cerrados.
Que discusiones de tránsito no nos conduzcan a la fatalidad.
Que Dios ilumine al estadista que nos conduce, que lo mantenga alerta sobre su condición transitoria y lo percate que nada transfiere más grandeza a un líder democrático que la propiciación de su relevo.
Que muchos de los dominicanos que arriesgan sus vidas para escapar desesperadamente hacia alguna esperanza entiendan que en estos momentos hay precariedad en todas partes, que la miseria se ha globalizado, que en los empleos no están entrando personas sino por el contrario, que puede ser que salgan a exponerse a situaciones peores que las que pueden padecer en su propia tierra.
Lo bueno de la crisis es que nos compromete más a procurar soluciones internas, ya nadie puede decir que vive mejor fuera de la Republica Dominicana, ni siquiera algunos compatriotas con los que me he topado en la capital del juego, me cuentan que con la crisis financiera los hoteles están reportando grandes pérdidas por una drástica disminución en las apuestas, que han restado miles de empleos y reducido los días laborables del personal que ha sobrevivido.
Los ricos de Los Angeles y de San Francisco han dejado de venir a gastar y jugar a Las Vegas, en cambio estamos llegando de muchos confines viajeros estimulados por los especiales que van desde los boletos de avión hasta las habitaciones, y que solo nos topamos con las máquinas de juego cuando nos dirigimos a los buffet.