En un país con una vida democrática definida, por tres razones se acude a un proceso electoral:
1-Para desarrollar una organización.
2-Para promover una agenda.
3-Para ganar unas elecciones.
Hice la aclaración de que el país debe tener “una vida democrática definida” porque cuando se da el caso de que se está saliendo de una dictadura, o de un caos nacional, los tres objetivos, “desarrollar una organización, promover una agenda y ganar unas elecciones” pueden fundirse en uno solo. En Quisqueya tuvimos ese ejemplo de concentración de objetivos cuando después del ajusticiamiento del dictador Trujillo, Juan Bosch trajo al PRD al país e hizo la tres cosas en un solo momento histórico: desarrolló al PRD, promovió y sembró en la mente del dominicano la libertad y la democracia como forma de vida y ganó las elecciones. El segundo ejemplo de concentración de los tres objetivos, se dio cuando Hugo Chávez ganó las elecciones en Venezuela. Esa nación suramericana había sido sumida en un caos tan degradado que el momento histórico propició esa posibilidad.
Pero cuando se trata de partidos y sistemas democráticos puramente consolidados, hay que estar muy loco para intentar concentrar en un solo período los tres objetivos. En el caso del PLD y del PRD, esas dos organizaciones pasaron las dos primeras etapas; es decir, ya se desarrollaron como aparatos políticos y ya el país conoce sus agendas. Tanto uno como el otro, al acudir a unas elecciones deben tener un solo objetivo: ganarlas.
Ahora bien, cuando el proceso democrático está avanzado, consolidado al nivel de las democracias más funcionables, entonces los certámenes electorales cuentan con los tres elementos básicos.
1-El código del perdedor.
2-El buen perdedor y
3-Las encuestas como técnica de determinación de posibilidades.
En trabajos anteriores definí al Código del Perdedor como el instrumento que obliga a todo aquel que participa en un certamen electoral a hacer tres cosas:
1- Tan pronto como recibe el primer boletín en el cual hay una clara tendencia que determinan quién es el ganador, llamar al precandidato triunfante y felicitarlo por su victoria.
2- Asumir la total responsabilidad por la derrota y agradecerles a sus colaboradores el trabajo realizado, la capacidad, el esfuerzo y el coraje demostrado por cada uno y por todos y
3- Marginarse totalmente de la campaña, aislarse, dedicarse a reflexionar, estudiar hasta encontrar una salida a su dilema, la razón por la cual la plebe no pudo enamorarse de él, de su visión sobre la sociedad, de sus propuestas electorales. Mantener la lealtad a su organización y pedirle a sus colaboradores que se integren a los trabajos del candidato electo, que incorporen con su trabajo valor a la democracia.
Como las elecciones ahora son costosas, muy costosas, los partidos funcionan como corporaciones cuyas acciones son compradas por inversionistas y accionistas. Los accionistas son aquellos que poseen capitales invertidos y que son partes de los consejos administrativos. Los inversionistas son aquellos que, en función de la ley de la especulación, invierten en busca de una mayor ganancia. Los accionistas son el liderazgo de los partidos, los inversionistas son la masa votante.
Cuando las posibilidades de aumentar las ganancias no existen, lo mejor que puede hacer una corporación es elegir como presidente del Consejo Administrativo aquel accionista que posee mayores capitales. En el caso de una organización política, el mayor capital lo representa el dirigente con capacidad para atrapar y expresar en forma poética la sensibilidad del momento histórico; así, la corporación enfrenta la falta del oro liquido, la carencia de pensamiento fresco, dejando la nueva inyección en mano del que posee principal sobrante, quien había asumido el liderazgo con plena conciencia de esa realidad. Y quien cree tener el poder, la paz y la ciencia para esperar mejores tiempos.
Como los estudios, casi en el cien por ciento de los casos, pueden leer la intención del electorado, ahora es fácil predecir quien será el ganador en una contienda electoral. Ese conocimiento sirvió de base para que en las corporaciones políticas apareciera lo que se conoce como el “buen perdedor”. Tres objetivos normalizan la labor, la meta que deberá alcanzar ese personaje:
1- Saber que no va a ganar, pero que puede dejar sembrada una ilusión, una esperanza, una posibilidad de que el partido puede regresar al poder, alguna vez.
2- Tener suficientes recursos, y estar dispuesto a gastarlo, para solventar la costosa campaña electoral.
3- Mantener cohesionado, unido, a su partido y lograr que su voto histórico se manifieste el día de las elecciones.
Un claro ejemplo de ese personaje lo fue Miguel Vargas Mal donado, en el pasado proceso electoral y lo fue John McCain en un proceso en que resultó electo como presidente de los Estados Unidos, Barak Obama.
Y las encuestas, ese instrumento de medición usado para determinar la estrategia y sus innumerables tacticas, poseen ya el prestigio necesario como para que todo aquel que intente descalificarla haga el peor de los ridículos. Y ese instrumento es el que le dice a los partidos, en forma clara, cuando no tienen posibilidad de ganar unas elecciones, que deben buscar al mejor buen perdedor que tengan.
En nuestro actual nivel de desarrollo de la democracia, esos tres elementos, es decir: el Código del Perdedor, el Buen Perdedor y el uso de las encuestas como técnicas válidas para determinar estrategias y tácticas, están claramente aceptados. ¿Qué nos falta? Nos falta la capacidad institucional para que los partidos puedan escoger sin romper botellas y dar sillazos, “the man for the job”, esto es; el hombre ideal para el trabajo. En estos momentos, ¿Qué necesita el PRD y quién puede ser el hombre ideal para el trabajo, “the man for the job”. El PRD necesita institucionalizarse y necesita eliminar de su estructura dirigencial a esa vieja guardia espiritualmente cansada, agotada hasta en su forma de pensar, hasta en su forma de sentir, hasta en su forma de amar, hasta en su forma de despertar…
Basado en ese conocimiento, que debe ser la biblia de todo el que participa en política, propuse a Rafael Peralta Romero como la figura que necesita el PRD. Lo propuse porque el poeta, cuentista y novelista, es exactamente lo que era Leonel Fernández en el PLD, en el año 1995, cuando lo elegimos como candidato presidencial por primera vez: el peledeísta que menos se parecía al PLD; el dirigente que menos se parecía a ese PLD radical que asustaba al votante.
Rafael Peralta Romero es el perredeísta que menos se parece al PRD, con una personalidad dulce y afable, capaz de conectarse con todos los sectores; un profesor universitario de talla, prestigioso, un periodista como pocos hay en Quisqueya, un intelectual que posee la categoría de Miembro Correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua y uno de los más destacados escritores de literatura infantil que tiene la República Dominicana. Y esa dedicación al género literario más difícil que posee la literatura, le ha proporcionado la sensibilidad necesaria para poder ver, leer y proyectar la evolución dominicana, conocer en su esencia el valor de la palabra y lo ha dotado también de la capacidad para entender que el primer paso para institucionalizar al país es institucionalizar sus fuerzas políticas; y eso es lo que el PRD necesita en estos momentos, un hombre que lo libere de la mentalidad talibánica de su vieja guardia, que lo deshaga de esa vieja guardia que sólo opera bajo el desorden y el irrespeto a toda norma institucional. No hablo de su honestidad, porque eso sería llover sobre mojado, Rafael es puro, casi santo.
Durante toda la semana mis planteamientos han estado presentes en Dominicanoshoy; sin embargo, la vieja guardia del PRD sigue imponiendo su caos e racionabilidad: son incapaces de reunirse para elegir una comisión organizadora, son incapaces de darles una respuesta coherente al gobierno con relación al diálogo nacional y nadie sabe cuál de los grupos es capaz de propiciar y practicar más odio y cuál de los grupos es capaz de boicotear todo lo que se plantee. En algo si todos coinciden: en no hacer ninguna cosa que implique institucionalidad e ignorar que en la democracia lo emocionante es el proceso, no el final.
Yo estoy dentro de los que creen que Quisqueya debe seguir consolidando su institucionalidad y que ese proceso no tiene cómo avanzar si los partidos políticos no son capaces de establecer y respetar normas democráticas de funcionabilidad. El PRD le sigue diciendo al país: somos el caos y si vamos al gobierno impondremos el caos.
¿Puede surgir en el PRD una fuerza que controle, que limite ese veneno que tan libremente corre en su sangre? Pienso que si eligen como presidente a un hombre liberado del veneno del caos pueden hacerlo. Ahora ese hombre tiene un nombre: Rafael Peralta Romero.