Quienes rinden culto a la Astrología dirán que la culpa la tiene febrero, mes de las aguas y la purificación, según vaticinios de zahoríes y diseñadores de horóscopos.
Pero la tragedia que ha vivido el norte central y el suroeste de República Dominicana parece más bien el precio que la naturaleza está cobrando por las violencias y la agresiva temeridad de la gente.
El saldo de lo que puede ser contabilizado y resumido abarca lluvias torrenciales caídas y por caer; una población -Carlos Díaz- sepultada a causa de deslaves en la zona de Tamboril, dentro del territorio de la provincia Santiago de los Caballeros, la segunda del país a unos 250 kilómetros de Santo Domingo; y dos lagos, uno, el Enriquillo, en el sur profundo dominicano, y otro, el Azuey, en territorio haitiano, en la zona fronteriza de Jimaní, cuyos caudales respectivos crecieron tanto que se han tragado decenas de hectáreas cultivadas y dejado a personas y ganado sin alimentos.
Pero no es todo: coincidentemente, las contaminaciones de las aguas presumiblemente potables, aumentaron a tal punto que esta semana una manifestación de mujeres con cartelones y consignas se lanzaron a las calles en Bonao, a una hora de camino rumbo al norte, para reclamar el imprescindible saneamiento, dado el número de personas enfermas.
"No sólo el sabor del agua, sino las basuras y otras cosas que salen por las pilas, explican porqué le gente se enferma", dijeron las manifestantes. Autoridades reaccionaron prometiendo hacer reparaciones en el acueducto local.
Los desgarramientos emocionales, el desplazamiento de unas 500 familias, las pérdidas de más de un centenar de viviendas, 67 de las cuales quedaron sepultadas, a lo que se suman daños que se anticipa superarán los 200 millones de dólares; más saqueos y robos agregan desagracias y angustias a una situación que no parece tener ni rápida ni fácil solución.
No obstante, ya el gobierno ha pedido un préstamo al Banco Interamericano de Desarrollo por 500 millones de dólares como fondo disponible para desastres.
La gente no puede explicarse por qué lagos que fueron tranquilos y de los que la gente se sentía orgullosa se han encrespado y desbordado, se han salinizado las tierras de cultivo y, además, se han llevado dos balnearios muy apreciados en La Azufrosa, provincia Independencia.
Una tonelada por metro cúbico
El ingeniero hidráulico Leandro Guzmán, uno de los primeros del país en su especialidad, explica los porqués de lo que las personas preguntan:
"Esos derrumbes, y lo que está pasando en general, son el resultado de la saturación. Los lagos y ríos empiezan a escurrir cuando la precipitación es demasiado rápida. Eso también tiene lugar en la superficie. Cuando eso ocurre, si hay un declive, la tierra se precipita. En terreno llano eso no pasa, pero las elevaciones tienden a originar desprendimientos de tierras", señala.
El también profesor, Guzmán, repasa una lección básica de ingeniería: "Un metro cúbico de agua pesa una tonelada: cuando la tierra está demasiado cargada, que tiene quién sabe cuántos metros cúbicos en su interior (y eso puede sumar miles de toneladas) ese peso provoca el escurrimiento o la emergencia a la superficie".
"Lo que ocurre con el lago Enriquillo es que tiene 48 metros bajo el nivel del mar, quiere decir que no puede drenar hacia el mar porque es más bajo, entonces resulta que ahora el lago subió y provocó un desastre", añadió.
"En varios años de sequía, la evaporación hizo que el nivel de las aguas bajara y se fueran concentrando las sales. Al desbordarse hacia las tierras agrícolas, el problema es muy serio, en particular para la gente que tiene sus cultivos en esa área".
El dramatismo de estos problemas tiene tantos perfiles deprimentes que no es posible abarcarlos. Las personas salvadas del poblado de Carlos Díaz fueron refugiadas en un estadio donde están siendo atendidas tanto en su alimentación como en servicios médicos.
Pero entonces llegaron las noticias de los saqueos en lo que quedaba de sus viviendas. Fuerzas militares cercaron el área y no dejan pasar a sus antiguos moradores, que quieren registrar entre sus escombros y salvar algo. El pillaje hace de las suyas.
Mientras algunas familias han conseguido arrimarse a parientes, y quienes tenían algún dinerito van logrando alquilar casas en otros lugares, personas desvalidas -y algunas discapacitadas- permanecen en la instalación multiusos a donde fueron llevadas.
Otro panorama igualmente angustioso presentan las localidades que aún permanecen aisladas. Aunque las cifras han ido disminuyendo, al momento de escribir este reportaje había 51 poblados y más de 8.000 personas que no habían podido ser auxiliadas en Montecristi, en el noroeste extremo y, desde ahí, por la franja de provincias compuestas por Duarte, María Trinidad Sánchez y en las ubicadas en las proximidades al río Yuna.
Hay también territorios en alerta amarilla, mientras desde el Centro de Operaciones de Emergencia de la Defensa Civil Dominicana se reporta que las lluvias pueden continuar.
Prosigue también el aniego de tierras del lado dominicano por las aguas del lago Azuey que, durante el fin de semana (21 de febrero), había penetrado tres kilómetros aproximadamente en dirección a Jimaní y afectado la carretera Boca de Cachón, una de las que une a los dos países.
Penalidades y abandono
Por esos parajes, ganaderos y agricultores penan en absoluto abandono. "Hemos tenido que matar reses a precio de vaca muerta por no tener ya pastos para ellas ni tampoco víveres para las personas", nombre que se aplica en el país a los frutos menores.
Mientras, el lago sigue regalando sus aguas para deleite de garzas y gallinazas que pueden engullir peces sin mayor esfuerzo, según cuenta la colega Adriana Peguero, de Listín Diario. "Este lago que hasta principios de 2008 era un orgullo para los habitantes de las provincias Independencia y Bahoruco, hoy representa un monstruo de aguas saladas que amenaza con tragarse todo", afirmó.
Si alguna esperanza puede abrigarse sería la de que esta saturación beneficie en un futuro cercano tierras que han estado martirizadas por la sequía. Se dice que en el valle central del Cibao -región central- que en general posee una espesa y valiosísima capa vegetal, si hubiese agua se podría producir alimentos para millones de personas.
El dato lo aportó Nicolás Cruz, director ejecutivo de la no gubernamental IDEAC (Instituto de Desarrollo de la Economía Asociativa).
Campesinas, hace poco entrevistadas a propósito de la crisis alimentaria y de sus repercusiones en la vida de las mujeres del campo, aseguraron que "esa crisis no es tal crisis, porque la tierra no se ha negado a producir. Son las autoridades que no le prestan atención al campo", afirmó Luisa Rosario, madre de 10 hijos:
"Es verdad que la tierra también se agota pero mientras que una la trabaja, ella no te abandona. Desde hace 22 años, me levanto temprano, con mis hijos mayores y planto en su tiempo la semilla. ¿Quién dijo que no nace? ¡Y eso que tenemos el problema del agua!", apunta Luisa, residente cerca de la presa de Valdesia, al oeste de Santo Domingo, donde el manto freático de esa zona no es todavía generoso.
Y como la vida continúa, a pesar de que las tragedias con las aguas en el norte y el oeste del país tienen a la nación pendiente de los avatares que ellas han provocado, en varias provincias donde ya empezaron los carnavales la gente ha salido, disfrazada, a bailar y disfrutar. Caretas y ropajes vistosísimos acompañan a tradiciones y leyendas.