Washington.- El Fondo Monetario Internacional (FMI), que contiene entre sus paredes la mayor concentración de doctores en finanzas de Washington, ha reconocido que su obsesión con los países de desarrollo lo cegó ante la crisis que se cocinaba en Estados Unidos y Europa. Es algo que le han echado en cara Brasil y otras de las naciones emergentes que han soportado su mirada inquisidora durante décadas, pero hasta ahora el organismo no había hecho acto de contrición.
El "mea culpa" ha llegado en un documento sobre las lecciones de la crisis, encargado por sus países miembros y que será analizado por el G-20 en su cumbre del 2 de abril en Londres.
En ese texto, la gerencia del FMI reconoce no haber detectado el peligro de que el hundimiento de los precios inmobiliarios en Estados Unidos destapara una pirámide levantada sobre los pies de barro de miles de préstamos de mala calidad.
El Consejo Ejecutivo del organismo, compuesto por los 185 países miembros, fue más allá en una sesión dedicada al tema a finales de febrero y cuyo contenido acaba de ser divulgado.
En ella, los directores se quejaron de que una de las fallas graves que permitieron que se gestara la crisis fue la falta de avisos del FMI y de otras fuentes sobre las manzanas podridas ocultas en los sistemas financieros de los países desarrollados.
Reza Moghadam, el director de su departamento de Política y Revisión, reconoció el viernes que la institución estaba "muy enfocada en los riesgos existentes en los mercados emergentes y no tanto en los países avanzados".
Las últimas crisis habían comenzado en México, Brasil, Tailandia y Rusia, pero la actual situación demuestra que los problemas en los países desarrollados, aunque menos frecuentes, son potencialmente mucho más desastrosos para el mundo.
De aquí en adelante, la gerencia del FMI deberá vigilar "todo tipo de riesgos al sistema (financiero), igual en países avanzados que en los mercados emergentes", dijo el Consejo Ejecutivo.
Los países ricos, que dominan los órganos de decisión del FMI, no siempre han sido receptivos a las sugerencias de sus expertos.
Estados Unidos, por ejemplo, no ha permitido aún que el organismo analice de forma confidencial la salud de su sistema bancario, aunque se prevé que lo haga el próximo año, según dijo a Efe una fuente de la institución.
En el caso de la actual crisis, el problema no fue sin embargo que los Gobiernos hicieran oídos sordos a las críticas del FMI, sino que éste no las emitió.
En cambio, sí hubo avisos de "riesgos claros y crecientes" en los informes del Banco Internacional de Pagos (BIP), una organización que promueve la cooperación monetaria internacional, según admite el informe del FMI.
Moghadam argumentó que "nadie predijo la crisis de la forma en que se desarrolló", un sentimiento compartido por los inversores que han perdido millones con la caída de las bolsas.
Es el FMI, sin embargo, el que se lleva más culpa, pues se trata de la institución encargada de vigilar la estabilidad financiera mundial.
En sus informes previos a la crisis su caballo de batalla fueron los desequilibrios por cuenta corriente, reflejados en el alto déficit externo de Estados Unidos y el superávit chino.
Aunque ese desajuste empeoró la situación al abaratar el crédito en Estados Unidos, la raíz del problema ha sido en realidad la falta de regulación financiera, según el director gerente del FMI, el francés Dominique Strauss-Kahn.
Eran muy diferentes las palabras del FMI antes de la crisis, cuando tenía "una visión optimista en general", según el documento, de los exóticos títulos financieros que debían minimizar el riesgo pero que en la práctica lo ocultaron.
Estados Unidos y el Reino Unido, los países que comparten la tradición de dar máxima libertad a los mercados, eran entonces las niñas de sus ojos.
Ahora, la consigna que el FMI lleva al G-20 es más regulación y la promesa de ser el vigilante imparcial que no mira sólo para un lado.