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Cartas desde una isla indultada (II)

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Realidad de un Maestro

Amiga, nos escribimos una y otra vez durante todos estos años, siempre comentamos las mismas cosas de la isla; parecería que todavía estamos en el mismo tiempo, porque las cosas están igual; pero, no es cierto, el tiempo pasó, ya hace varios años que emigraste. Pese a haber pasado el tiempo, ¡todo aquí es igual! Bueno, ¡no igual del todo, no! ahora se han sumado unos ricos más. Y producto de esos, nuevos por supuesto, hay más miseria que cuando decidiste emigrar.

Pero esta vez te quiero comentar de la impotencia que sentí esta semana, cuando transitaba en mi carro, y en la búsqueda afanosa de un parqueo, que me quedaba bastante distante del lugar donde pretendía llegar, me encontré con ese erguido y elegante profesor que teníamos de Gramática en la primaria, me imagino que lo recuerdas, porque todas, de niñas, suspirábamos por él. Me imagino que recuerdas aquel día, cuando tu y yo nos peleamos porque te regaló a ti un “frío, frío” de fambruesa, y a mi nada y eso nos costó a nosotras una semana de enemistad. Además, lo admirábamos por su inteligencia y entrega a la enseñanza, de verdad que se preocupaba con verdadero amor por todos en el curso: nuestra ortografía, modales, la dicción; primero, por su vocación de maestro y el compromiso que sentía con el colegio, la sociedad, y con nuestros padres. Cuánto anhelo esa enseñanza en estos tiempos.

Te cuento del profesor y las condiciones en que está este caballero, pobre hasta de solemnidad.

Al momento de salir de una oficina, cercana a un hospital donde se encontraba el profesor buscando ser atendido, ese que dio su vida a las aulas, tenía dos días sentado en un banco mugriento, esperando arreglaran unos aparatos para someterse a una diálisis, debido a una deficiencia renal que está padeciendo hace varios meses. Su estado es crítico, tiene que dializarse dos veces por semana, pero me cuenta que los aparatos están dañados y los medicamentos nunca llegan y que muchas veces ha tenido que comprarlos; pero, que ya no tiene de dónde sacar el dinero para esto, porque todo lo que tenía lo ha gastado en esa enfermedad renal.

Allí vi a ese maestro, amiga, sin esperanzas, desgastado por la miseria que le ha devuelto esta isla, a la cual le entregó sus mejores años, impartiendo el pan de la enseñanza. Hay está con una limosna de pensión, que le recuerda que fue maestro, que apenas le alcanza para comer el primer día que la cobra. Ahí vi a nuestro profesor, mendigando ser atendido y tomado en cuenta. Vi a ese profesor digno, honrado, doblegado ante las deficiencias de una isla indultada, que sólo esos que han logrado acumular riquezas a raíz de quebrar un banco y quedarse con el dinero del pueblo, pueden ir a una clínica y durar un año interno para curarse de un pánico.

Vi a nuestro profesor, amiga, desvanecido, con una mirada perdida, con una pena en el alma, donde sus hijos profesionales no lograron insertarse en la isla, partiendo los tres en fallidos viajes ilegales, de los cuales uno pereció en el intento, quedando atrapado en las aguas del mar Caribe, y dos pudieron llegar, de los cuales uno es médico dedicado a chofer de un camión de provisiones en de New York, y el otro contador, asumiendo la dirección de un restaurante en la misma ciudad. Producto de esta desgracia familiar, la esposa del profe murió cuando le dijeron que su hijo falleció en esa decisión de viajar en yola, que es la salida de la mayoría de los que habitan aquí, en esta isla indultada, este profesional que intentó todas las maneras de insertarse en la sociedad y nunca lo logró, luego de graduarse con honores de abogado.

Ahí está el profe, amiga, divagando sin esperanzas, sin un Estado que le respalde en su enfermedad, porque la seguridad social está todavía en el sueño del pais, y los que acomodan sus bolsillos se pelean para administrarla; donde cada quien ha descubierto lo jugoso que es el negocio de las ARS, y en esta discusión sólo están desolados los de siempre, los de abajo, los que no alcanzan a llegar ni a la puerta del hospital, porque no tienen un servicio de ambulancias.

Después de este profesor haber dado la vida en las aulas, ahí está humillado por una isla que no le importa esos hombres de bien, donde la honradez se ha convertido simplemente en una burla. Esos que dieron su vida al servicio, mendigan hoy una medicina, una atención médica digna. Ahí está nuestro profe como un mendigo cualquiera, humillado, pisoteado, y avergonzado ante una isla a la que él le brindó con verdadera entrega sus mejores años, regalando sus saberes, sus conocimientos y verdaderamente entregados con pasión y amor. Ahí vi a nuestro profe, como le solíamos llamar, con el orgullo de haber sido maestro, de que fue el maestro de muchos hombres y mujeres que hoy son sus orgullos y también su vergüenza.

Hoy da una sonrisa vacía, su dentadura ya no existe, a pesar de la indigencia en que se encuentra, todavía él puede sentirse esperanzado ante la desgracia de esta isla indultada.

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