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Orlando Martínez presente

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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El lunes 17 de marzo de 1975, la mañana llegó llorando, vestida de negro y gris, fría como un iceberg. La noticia se desparramaba cual el viento acalorado del mar Caribe, desde las facultades de la universidad al país, penetrando los bastidores de los barrios de mi pueblo y las arandelas oscuras del Palacio Nacional.

La impotencia se mezclaba con la rabia y se volvían lágrimas en los rincones de los partidos, de los sindicatos y la poesía. Podíamos salir a asesinar 10, matar 20, linchar mil, pero eso no vengaba la muerte de Orlando.

Ante la exigencia del pueblo, los canes del palacio se lavaban las manos. Aquella mañana tu fotografía en los periódicos era diferente, trajo tus ojos cerrados y sin tus lentes y una sonrisa de niño que dibujaba tu cara.

Ya no traerían más tu fotografía la revista Ahora, ni telescopio, ni tus palabras de bronces y acero traerían, a las que tanto miedo le tenían Balaguer, sus Ministros, y la CÍA, por lo cual te segaron la vida.

Pero no se silenciaron las plumas, ni la tuya, ni el grito de los humildes, ni se apagó la canción. Te fuiste, o mejor dicho te hicieron ir, pero, tu espíritu siguió escribiendo, esparcido en todos los que te admirábamos entonces y te seguimos admirando hoy. Tu lápiz se creció, y con tus palabras brillantes, sacamos del palacio a tus depredadores y también pusimos en las cárceles a tus asesinos.

“¿En dónde está el criminal que se ha manchado las manos?, cobarde que no responde por la muerte de un hermano, ¿quién preparó la celada? el pueblo está preguntando, pero nadie le responde por la muerte de Orlando, ¿quién desarmó sus alas?, ¿quién se ha manchado las manos con esa paloma blanca?, con esa paloma blanca mensajera de la paz, que anidaba en su conciencia cien polleras de libertad, la libertad de sus alas, de su pluma, de su vuelo, la libertad de su nido, porque su nido era el pueblo”.

Nos corrían como río las lágrimas por las mejillas jóvenes cuando Guillermo San Juan cantó por primera vez ésta canción a Orlando en las escaleras del Ateneo Dominicano.

El amor por la patria nos crecía, aumentaba cada día después de ese día, el encono se aceleraba en el pecho de la juventud consciente, contra el reformismo Balaguerista y asesino.

Pero querido amigo y hermano: si hoy estuvieras aquí, te daría tristeza tener que escribir sobre lo mismo de hace treinta y tantos años; el país tiene los mismo males que tu denunciabas y lo peor es que los que hoy gobiernan la nación, eran los mismos compañeros que condenaban las carencias y el mal manejo de las cosas públicas.

Aún hoy mi país tiene el mismo aparato militar, lleno de asesinos de aquellos días; aún el país carece de la debida ansiada y anhelada energía eléctrica, aún la gente de mis barrios se bañan con jarritos, por que no hay agua, las calles siguen siendo cráteres y la alimentación es paupérrima; los hospitales tristeza colectiva y deprimente, en las escuelas se siente la miseria en la mirada del maestro y en las sonrisas de los niños.

Los ingenios, a los que tu tanto le escribías, son almacenes de ancianos, reventados por los años y el trabajo mal pagado y luego abandonados a morir en las más desgarrante miseria; los izquierdozos se han derechizado y hoy se volvieron contra sus principios y contra el pueblo.

Te recuerdo hoy Orlando como el periodista, como el hombre sensible y de principios definidos, como el hombre valiente en cual nos mirábamos los adolescentes de la época; te recuerdo como el muchacho humilde, de corazón dulce, y de mirada profunda; te recuerdo por que tu nombre seguirá en mi memoria hasta el día de mi muerte, que no será tan llena de gloria como la tuya y, tal vez, no tan vil y sin sentido; pero mientras viva, siempre gritaré: Orlando presente.

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