En esto días, en los cuales se desarrollan actividades que aluden la celebración del Día del Periodista en la República Dominicana, vale la pena detenerse un poco más en la reflexión de este ejercicio, donde la presencia femenina se ha incrementado, significativamente, con relación a los hombres en el denominado “mercado laboral de la comunicación”.
Es precisamente una mujer quien preside el Colegio Dominicano de Periodistas (CDP), Mercedes Castillo, quien en una ocasión lamentó las condiciones económicas, “de inseguridad social y carencia de viviendas, por la que atraviesan docenas de comunicadores criollos ya envejecientes o retirados de la profesión y los que no tienen atención de los gobiernos del país”.
Situaciones tales, no sólo se mantienen entre una buena parte de los integrantes del gremio, si no que se agudizan, además, por disímiles amenazas. En días pasados, por ejemplo, tres mujeres comunicadoras denunciaron las intimidaciones de que fueron objeto por parte del senador de San Pedro de Macorís, Alejandro William. Se espera por los resultados de la investigación ordenada por el Senado de la República y las correspondientes sanciones.
Otro inaceptable conducta fue la del procurador de la Corte de Apelaciones de Puerto Plata, Félix Álvarez Rivera, quien amenazó a la periodista Felivia Mejía “con enviarle un fiscal a la redacción de El Caribe, para interrogarla sobre una historia publicada por este diario, que narraba la forma en que agentes policiales y de la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD) operaban en contubernio con una banda de narcotraficantes”.
No es la primera vez que se intente coartar la libertad de expresión. El oficio del periodista en el país se ha caracterizado en los últimos tiempos por la convivencia irracional de dos bandos: aquellos que aumentan sus arcas a cuenta de responder con cabeza gacha ante las injusticias y sinsabores que padece la mayoría de la población y los otros, los que elevan sus voces y sus escritos en contra de la realidad social y por tal razón reciben atropellos, afrentas y hasta amenazas de muerte.
Una vez más se alzan las voces comprometidas con el verdadero ejercicio de este noble oficio, en la exigencia de sus plenos derechos; por el respeto y la seguridad en la realización del trabajo periodístico, que es, en definitiva, nuestra razón de ser, sin ningún tipo de presión por parte de nadie en el país.
Es que, si queremos democracia, hay que defender sin tregua la libertad de prensa, no hay otro camino.