Karen es una niña bella, de mirada intensa y carácter inquieto e irreducible. De esos seres que parecen no cansarse nunca y que de tanta movilidad a veces se piensa que va a echar a volar.
Sus apellidos son García Durán y tiene dos hermanos más, mayores que ellas: Lisandro Enmanuel y Willy Manuel. Vive en una casita modesta, limpia y llena de aire y sol en Manoguayabo, Santo Domingo Oeste. Sus padres son Altagracia Durán y el padre Manuel García. Humildes trabajadores y empeñados en salir adelante, como sea. El administra un pequeño colmado que nombra “Los muchachos” y ella va a las casas y cocina platos tan exquisitos, que muchas familias la llaman a menudo. Si no lo hace más seguido, es porque debe cuidar a su niña, aunque, como afirma, “ya ella se vale por sí misma y sus hermanos y el papá la atienden como una princesita”.
Todo sería normal para el matrimonio, aún enfrentando las precariedades propias de un hogar sin muchos recursos y sobre todo en estos tiempos. Pero, la familia gira en torno a la niña que nació hace 7 años con una discapacidad, Karen es sordo muda.
“Me di cuenta cuando cumplió los dos años”, narra la madre y recuerda que todo su embarazo fue de alto riesgo. Padeció de rubéolas y la presión arterial subió demasiado. La bebé nació prematura. Fue una cesárea donde, más que todo, Altagracia Durán olvidó su propia herida para cuidar a la pequeñita con intensos cuidados.
Ahora, nadie diría que la muchachita es sietemesina. Su estatura y todas sus facciones apuntan a la normalidad. El problema es su audición y el habla.
“Cuando me di cuenta que mi niña no hablaba, ni oía, pedí a Dios muchas fuerzas y sabiduría para poder atenderla y lograr que lograra comunicarse, no sólo conmigo, sino con los demás. No le niego que hubo momentos en que me deprimí mucho. Pero, supe recuperarme y enfrentar lo que la vida había puesto delante de mí”.
La superación
Lo primero que hizo Altagracia Durán fue buscar ayuda en el Instituto para Niños y Niñas sordomudas de Santa Rosa, en el Millón. Matriculó a la pequeña y ella misma se hizo asidua de los cursos y entrenamientos a madres y padres de hijos con dichas limitaciones.
“Me integré de tal manera en el aprendizaje, que cuando pidieron madres voluntarias para ayudar a otros niños y niñas en una sala de tarea, tuve hasta 15 menores, a quienes enseñaba cuanto podía. Les instruía a ellos en todo lo que yo sabía por Karen y aprendía cosas nuevas de sus comportamientos, que me servían para tratar a mi propia hija. Ella no estaba en mi área. Otras personas actuaban con ella y yo con los otros.
“Todavía sueño con volver a ofrecer esas terapias, aunque sea voluntariamente. Las madres y los padres con hijos así, tenemos que adiestrarnos cada día, para que ellos puedan integrarse a la sociedad y sean como los demás, aún con sus condiciones”.
– ¿Qué le recomienda entonces a quienes tienen en su familia un miembro con las características de su hijita?
“Que echen para alante en todo. Que aún cuando se depriman, sepan que Dios no da cargas que no podamos enfrentar y superar”.
– ¿Y cuáles son los mecanismos que usted emplea, junto al resto de su núcleo familiar?
“Amor, hay que darles mucho amor. A veces se tornan agresivos, pero con paciencia se van educando y sobre todo, no podemos desampararles”.
– ¿Ha sentido rechazo dentro de su comunidad? ¿Lo ha percibido la niña?
“Sí. Yo he sentido ese rechazo y la niña también. Ella es muy cariñosa y susceptible; entonces, en ocasiones, va corriendo a abrazar a personas del barrio y he visto como la detienen con una mano y la alejan. Ella se entristece, pero de inmediato la defiendo y les digo que mi niña está muy limpia, que no hiede y que nadie me la puede rechazar así”.
– ¿Y sus hermanos? ¿Cómo es la convivencia en el hogar?
Lisandro Enmanuel interviene en el diálogo: “No permito que nadie maltrate a mi hermana. Si escucho que alguien la llama sordita o muda, les digo que no, que ella tiene su nombre y es por él que la deben llamar. En verdad, ha sido mi mamá la que nos ha enseñado a todos en la casa cómo tratar a Karen y es por eso que ella es tan feliz con nosotros y nosotros con ella”.
Karen García Durán se supera ahora en la a la Escuela Nacional de Sordo- mudos, ubicada en la Avenida 27, casi llegando a la Duarte. Allí cursa el nivel básico y por recomendación de los profesores, su madre decidió que repitiera este año dicha enseñanza, a fin de perfeccionar el empleo de las señas y la voz.
“Ya sabe casi todo el abecedario. Yo estudio con ella y me doy cuenta que aprende rápido”.
“¿Sacrificios?, sí muchos, pero vale la pena, porque cuando usted observa a mi niña, nota en ella un desarrollo similar al de otros de su edad y mientras más atención y preparación tenga, mejor será para su futuro”.
Altagracia Durán sigue preocupada por quienes, en su entorno, presenten dificultades similares a las de su hija. Hace algún tiempo, una madre del barrio se le acercó y le pidió que la apoyara con su hijo Alan, quien apenas pronunciaba palabras.
“Le daba terapias todos los días. Lo sentaba junto a Karen y le enseñaba los suspiros, soplos, ejercicios con la lengua. A veces compraba miel u otros productos que le agradaran, para que hiciera los movimientos con la boca. Alan aprendió a hablar y está muy bien, gracias a Dios. Mi hija pronuncia bien todas las vocales y repite algunas palabras; otras, las escribe.
Los padres de Karen pagan 600 pesos mensuales por su estancia en la escuela y mil pesos por la terapia que recibe.
“Realmente, resulta muy caro. Si propongo que le apliquen otra terapia, serían mil pesos más y por ahora, no es posible. Vivimos lejos y cada día hay que transportar a la niña hasta allá y traerla. Es todo muy difícil. Pero, está aprendiendo manualidades, pintura y muchas cosas más. Por todo esto nos esforzamos. Yo se que gracias al tiempo y la dedicación, ella avanza y es feliz. Eso es lo más importante”.
Antes de retirarnos de la vivienda de la noble familia, pedimos a la pequeña que nos haga un dibujo, el que ella desee. Sin titubeos, plasma la figura de una mujer. La madre aclara que está dibujando a la periodista. Para sorpresa de todos, escribe junto al bosquejo, con letras muy claras su nombre: Karen.
Altagracia no puede evitar la emoción, el equipo de periodistas de DominicanosHOy también se conmueve. ¿Acaso hay algo más bello que ver cómo los imposibles se transforman en realidades?
La vida seguirá para Karen García Durán, entre sus familiares y el centro especializado donde, a pesar de todas las dificultades, sus seres queridos confían en que seguirá creciendo en conocimientos.
Un día crecerá y será útil y capaz, como merece. Desde ahora y hasta entonces, la madre festejará en su corazón cada nuevo logro y los demás en casa sonreirán en la complicidad del amor a la familia, a Karen y al futuro.
Quizás no valga la pena preguntarse nada más, pero sí concluir con estas frases que pueden servir a quienes viven situaciones similares:
“Donde yo encontré queda”, murmura Altagracia García y nos vamos con una mezcla de esperanza y fe que fortalece, enriquece el universo y compartimos con ustedes…