Hace unas semanas estuve con un grupo de economistas, gente que sabe, bien graduados, hablando sobre la “actual crisis financiera mundial”. Escuché las exposiciones, los debates sobre las causas y las soluciones propuestas. No me satisfacen porque no veo el más mínimo sentido común en estas exposiciones, era el clásico recitar número del que no sabe de economía. Creí que podía poner el debate en un camino que por lo menos amenazara con llegar a la comprensión, con llegar a ese difícil estado humano que se aleja para mantenernos moviéndonos; entonces pregunté: ¿Qué produce un banco?
Me miran, no era el pensar que esperaban, la repuesta es tan simple que no podía alterar las cosas. Dejaron que el considerado “menos” sabio del grupo respondiera y éste lo hizo con la autoridad de un doctor, abrió los brazos, coordinó los gestos de su cara para darle seguridad a su frase y afirmó: ¡Un banco del barajó no produce nada!
Los miro a todos, sonrió y hago una pequeña afirmación que tiene millones de años siendo una certeza, digo: En el sistema económico hay dos agentes, el productor y el consumidor. Los miro nuevamente: Todos confirman que sí. Alguien comenta, en forma de chiste:
-Pero falta el distribuidor, el tercer agente, el que nunca llegará a los cielos.
-Verdaderamente amigo, pero esa puede ser sí y puede ser no, depende de cómo la compañía se estructure. Usted puede estructurar una compañía y vender toda su producción en su propia pagina web y así queda eliminado el distribuidor, así se evita que más gente vaya al infierno, una virtud celestial de la tecnología. En el caso de las compañías aéreas, ya estas venden más boletos en sus propias páginas que los que venden a través de intermediarios. Y todo apunta a que la economía mundial, en todos los sentidos, será así.
Nuevamente los miro a todos, sus ojos me dicen que estamos de acuerdo y entonces hago mi próxima pregunta: ¿Cómo alguien que no produce nada, absolutamente ninguna cosa, como los bancos, pueden estar en crisis?
Llega el momento de la reflexión, mucho bla, bla, bla, pero el sentido común se impone y la repuesta surge unánimemente: ¡Verdaderamente estamos hablando muchos disparates, si hay crisis no puede ser en el sector financiero porque esa gente no produce nada, ninguna cosa!
El que nos hayamos puesto de acuerdo permite que volvamos al origen y empecemos a ver la llamada crisis en los sectores que verdaderamente tienen poder de cambio en la economía: el sector productivo y el consumo. Por el área del sector productivo no existe problema porque están en capacidad de producir todo lo que le demanden, sus modernas maquinas están bien aceitadas, sus almacenes están llenos esperando la voz del comprador. El comprador tiene un problema, el gran problema para el capitalismo; en esto Carlos sigue siendo el Rey: está satisfecho y no tiene cómo comprar más para acumular, comprar para guardar ya no es una terapia. Sólo en los Estados Unidos su población paga, cada año, para tener almacenados cosas que nunca utilizará, 52 mil millones de dólares , cifra superior a lo que produce Hollywood, su fantástica industria.
Hay tres veces más vehículos que conductores para manejarlos y la industria de la construcción tiene más de 35 millones de apartamentos esperando por alguien que los habite. Y como sólido argumento de que el desafío está en un mercado satisfecho, que no puede comprar más porque no tiene como guardar más, que no compran más porque han venido perdiendo la satisfacción sicológica que otorgaba el almacenar más, alguien comenta que los sectores que no producen cosas almacenables, como el deporte, el cine…siguen en sus pascuas ganando más dinero del imaginable. Todos reímos satisfechos, fue una genialidad su punto de vista.
Los economistas estamos de acuerdo: no puede haber crisis en el sector financiero porque estos no producen nada, ninguna cosa, son parásitos con doble boca: comen del productor y comen del consumidor. Sus actuales dolores estomacales provienen del indudable hecho de que los sectores productivos y consumidores les están dando poca comida, comida degenerada o que comieron demasiado en muy poco tiempo, se les hinchó el estomago y ahora la cura es tan simple que pocos la ven: o vomitan o le provocan diarreas. A aquellos que la diarrea deshidrató, murieron. Era natural.
Ya habíamos llegado a un punto en que debíamos empezar a ver la cosas como humano y reconocer, como lo dice un personaje en mi novela La Sagrada Familia, admitir de una vez por todas, el que “las necesidades física del humano son tan limitadas, tan pocas, tan insignificantes que aterra saberlo”; y en ese punto llegó el miedo y misteriosamente todos volvieron hablar de la crisis financiera. Los miré, nuevamente los miré, un rayo de paz me iluminó y comprendí que la cosa más fantástica en los seres humanos es su capacidad para creer en las mentiras, sobre todo cuando saben que son mentiras.