Dominicanas y dominicanos disfrutan en estos días de la XII Feria Internacional del Libro 2009, dedicada al ensayista, cuentista, novelista, primer presidente Constitucional de la República Dominicana y fundador del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), Juan Bosch; además de tener como país invitado a la colorida y multifacética nación brasileña.
Cientos de personas recorren los diferentes pabellones de esta fiesta de letras, donde niños y niñas han tenido su espacio, aunque vale señalar que lo que sucede allí es del interés de personas de todas las edades.
Una loable iniciativa, digna de imitar, fue la celebración del Colegio Saint Patrick de una Feria del Libro Infantil, donde tuvo lugar la olimpiada de lectura. Estas actividades, circunscritas a la XII Feria Internacional del Libro, promueven hábitos de cultura imprescindibles en la formación de los menores y ayuda a incentivar la preservación del medio ambiente y la protección de los animales, entre otras buenas prácticas.
En la pasada Feria las ventas no se reactivaron, pese a que editoras y grandes librerías que participaron en esa 11va edición, aplicaron descuentos de entre 20% y 50%. En esta, no obstante los paros y otras situaciones de crisis y dificultades sociales que vive la República Dominicana, se han vendido más libros. Sin embargo, los más entendidos siguen ansiando que se cumpla lo que en 2008 fue lema del evento: “dejarnos seducir por la lectura”.
En medio de hostiles situaciones cotidianas ha llegado este período de instrucción, donde coloquios, lecturas y conversatorios; así como, reconocimientos a notables figuras de la literatura, la poesía y el periodismo del país conforman una fiesta de las letras dominicanas.
Necesitamos que haya Ferias de Libros, homenajes a las figuras que antes y ahora nutren la cultura e historia dominicana y caribeña y que se dejen atrás tantos problemas sin solucionar, esos que se repiten de un período a otro: sólo así podrá la sociedad disfrutar aún más y dejarse seducir por el insustituible y milenario hábito de la lectura.