Mientras el mundo se pregunta si saldremos ilesos de la amenaza de la gripe, que ya no se llama porcina, pero se recordará así para siempre, otra afirmación se mantiene inamovible con o sin el virus: uno de cada siete habitantes de la Tierra padece hambre en forma permanente.
Se habla de una profunda injusticia en la distribución de las riquezas, un acaparamiento de las tierras por una reducida minoría de grandes terratenientes. Lo cierto es que las cifras de hambrientos se incrementan impunemente: la FAO señala que durante los años 2007-2008, “la cantidad de personas que padecían hambre aumentó en 140 millones” debido a la fuerte subida del precio de los productos alimentarios, que llega a ser, a veces, del 50 %.
Los especialistas observan que no es precisamente el cambio climático el que ha producido el aumento del hambre. Pero, “las consecuencias muy negativas en el futuro en la producción agrícola de algunas regiones del mundo, en particular en las zonas tropicales y subtropicales”, resultan una verdadera amenaza.
Se plantean soluciones que van desde “una disminución del 80% de las emisiones para los países más industrializados y un 20 % para los demás”.
El término “soberanía alimentaria” se abre paso en las decisiones políticas de los gobiernos. El sustento agrícola familiar aparece entre las fórmulas más certeras y ecológicas.
En la República Dominicana, como en otras naciones del orbe, es necesario que el Gobierno destine fondos para apoyar a campesinos que labran la tierra, para que puedan disponer de los medios necesarios de cultivo.
El FMI y el Banco Mundial reconocen su gran responsabilidad ante la crisis alimentaria. Como bien señalan medios internacionales: “Los golpes publicitarios sobre el tema, …en particular durante las cumbres del G8 o del G20, no pueden ocultar que el problema sigue sin solución. La crisis global que actualmente afecta al mundo agrava la situación de los países en desarrollo frente al costo del endeudamiento y de las nuevas crisis de deuda que se están preparando en el Sur”.
Un interesante artículo del doctor en ciencias políticas y presidente del Comité para la Abolición de la Deuda del Tercer Mundo, Eric Toussaint y el matemático Damien Millet, arranca reflexiones lógicas al pensamiento: Sí, es inmoral pedirles cuentas a los países empobrecidos por la actual crisis global:
“El G8, el FMI, el Banco Mundial y el Club de París imponen su propia verdad, su propia justicia, de la que son juez y parte. Frente a la crisis, el G20 tomó el relevo y busca recolocar a un FMI desacreditado y deslegitimado en el centro del juego político y económico. Hay que acabar con esta injusticia que beneficia a los opresores, tanto sean del Norte como del Sur”.