Duele escribir lo que acaba de acontecer en la nación dominicana, como reflejaron estas mismas líneas en pasado editorial: faltó una voz, la más importante, en esa decisión, ese “pacto diabólico”, como han calificado muchos otros al acuerdo entre el presidente Leonel Fernández y Miguel Vargas Maldonado.
Y, encima, hay que escuchar que otros dirigentes partidistas e instituciones de la sociedad civil aseveren que “en el fondo” es un buen convenio…
¿Cuál fondo? ¿Cómo puede ser positivo lo que se realiza a espaldas de esa mayoría que se llama pueblo dominicano? ¿Qué poder extraordinario pueden arrogarse dos figuras políticas para establecer e implantar una estrategia, por demás inconsulta, sobre el futuro de la nación?
Tanto tiempo “avalando” las discusiones y acciones de una Asamblea Revisora que, a todas luces, también fue “tomada por asalto”; ni hablar de las innumerables ocasiones en que una y otra vez se escuchó el término de “las fuerzas vivas”, que al parecer simbolizan la acción definitiva de poder, el “he dicho” y “basta” de dos personas…
Finalmente, la pregunta sigue siendo ¿qué Constitución tendrá, finalmente, la República Dominicana y hasta cuándo se asumirán posturas de autosuficiencia por parte de las figuras que se han propuesto dirigir y, obviamente, manipular al país, al punto de quitar y poner en la Carta Magna lo que para su propia conveniencia apetezcan?
Como un juego de ajedrez se manipulan las fichas que ponen y disponen las realidades políticas y sociales de país. El escenario marca un descrédito que raya en desilusión y deterioros: la democracia sufre y se destruye por dentro; actuaciones como estas la debilitan y socavan.