Celina Sotomayor estaba el miércoles en el estacionamiento de su edificio de apartamentos en Margate, todavía abrumada por el precipitado viaje de última hora a Washington y las posibilidades de que su única hija sea la primera jueza hispana del Tribunal Supremo.
Tras alisarse sus rizos plateados bajo el sol del mediodía, Sotomayor recordó la humilde pero bendecida infancia de Sonia Sotomayor en una zona de viviendas públicas del Bronx, en Nueva York.
»Todos los días regresaba de la escuela a eso de las 5 de la tarde. Poco después la casa se llenaba de sus amigos porque yo no los dejaba estar afuera. Me aseguraba de que en la mesa hubiera suficiente arroz con gandules», recordó Sotomayor, de 82 años, quien voló a Washington el martes por la mañana para asistir a la nominación de su hija por el presidente Barack Obama.
La inspirada trayectoria de Sonia Sotomayor se debe a la fuerza del amor de una madre en tiempos difíciles. Sus padres se mudaron de Puerto Rico a Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial. A Sonia, que ahora tiene 54 años, le diagnosticaron diabetes cuando tenía 8 y su padre, trabajador de una fábrica y con poca instrucción, murió el año siguiente, a los 42 años.
Celina tuvo que trabajar seis días a la semana para enviar a su hija y a un hijo menor, Juan –que ahora es médico en Syracuse– a una escuela católica. Celina era operadora telefónica en un hospital y se hizo enfermera. La familia vivía en Bronxdale Homes, los edificios de ladrillos rojos en el este del Bronx, a donde se mudaron en los años 60.
»Celina es una mujer encantadora y sus hijos siempre han sido su prioridad», señaló ayer Fanny Seijas, amiga de la familia, quien conoció a Sotomayor hace años en una clase de informática en Coconut Creek. «Pasó dificultades, pero trabajó muy duro para que sus hijos pudieran estudiar. Está muy orgullosa de lo que los dos han logrado».
Aunque Celina Sotomayor ahorró dinero para comprar la única enciclopedia de todo el barrio –la británica– enseñó a sus hijos tanto con firmeza como con educación.
»Siempre les enseñé que había que estudiar, ser honestos y buenos», subrayó Celina. «Si tienen que limpiar baños, que entonces fueran los mejores limpiando baños. Ese era mi lema».
Esa determinación rindió enormes frutos el martes.
»Mi madre ha dedicado su vida a mi hermano y a mí», expresó Sonia Sotomayor a los reunidos en de la Casa Blanca durante la ceremonia para anunciar su nominación al Tribunal Supremo.
«Después de que mi padre murió, mi madre tuvo dos empleos. He dicho muchas veces que le debo a ella lo que soy, y como mujer le doy por la cintura».
Sonia creció con los libros de misterio para niños de Nancy Drew, que le inspiraron su primera vocación de detective.
Pero la diabetes y las inyecciones diarias de insulina rápidamente acabaron con ese sueño, de modo que se convirtió en gran admiradora de la serie de televisión Perry Mason. Sonia decidió que quería ser abogada e inició una prestigiosa carrera en la que fue desde fiscal hasta jueza.
Celina Sotomayor regresó ayer con su esposo Omar López a su apartamento de Margate, en Palm Springs III –que hasta ayer era un tranquilo edificio de retirados– para enfrentar una ola de cámaras, micrófonos, vecinos y amigos.
A Sotomayor, aún con lágrimas en los ojos, le costaba trabajo responder las preguntas y hacer frente a la atención que recibió. De pie en la escalera que conduce al segundo piso donde está su apartamento, recibió y saludó a los amigos.
»No pienso prestar atención a las críticas porque sé que no son ciertas», afirmó con el tono firme que sólo puede emplear una madre. «Sonia no tiene ni un sólo hueso negativo en su cuerpo».
Antes de subir los 16 escalones que la separan de la puerta principal, Sotomayor dijo: «Las palabras no pueden expresar lo orgullosa que me siento. Siempre supe que llegaría lejos. Les puedo decir que es la persona más honesta que conozco. Es buena. Ojalá yo fuera como ella».