Hace unos días mantuve una conversación muy agradable con mi amigo. Practicamos juntos un deporte, y nos divertimos. Los tres momentos son importantes: la preparación del juego, el desarrollo del mismo y la reflexión y comentarios sobre lo bien, lo regular o lo mal que lo hemos hecho.
A veces surgen temas inesperados. No estaban programados. Hay deportes que tú no puedes practicar solo.
Puedes tú, sin ayuda de nadie, caminar, correr, nadar, patinar, montar en bicicleta, saltar a la comba, quemar caucho y gasolina en motocicleta o en automóvil, tirarte en paracaídas, hacer piruetas en vuelo sin motor o con motor, o subirte a las cintas o máquinas sofisticadas que los ávidos expertos en marketing han ideado para que en tu propia vivienda puedas mantenerte en forma, sin tener que acudir al gimnasio.
Pero, tú no puedes jugar a baloncesto, voleibol, fútbol o tenis sin ayuda del otro. Aquí viene la gran verdad. Aún en los deportes puramente individuales, la ayuda del “otro” es valiosísima. Quien entiende este principio y lo practica es sabio. Tú puedes correr o nadar solo, pero cuando tienes a alguien que a la vera del camino o al borde de la piscina te aplaude, te anima o te acerca la toalla o te brinda el vaso de agua… ese amigo te ha motivado, te ha engrandecido, te ha hecho sentirte mejor, ha participado contigo, ha colaborado en tu esfuerzo. Cuando tú, como todos los días, decides ir a caminar y precisamente hoy no te apetece nada, el haber quedado previamente con un amigo a caminar juntos, te ayudará sin duda a hacerlo para no darle un plantón. Eso se llama reforzar tu voluntad. Es válido y legítimo.
A todo esto que acabo de exponer, ¿cómo lo podríamos llamar? ¿Espíritu de cuerpo, de solidaridad humana, de colaboración, de sociabilidad? ¿Necesidad del otro? ¿Ley de la complementariedad?
Me hablaba mi amigo de que en su tierra, la Madre Patria, una promoción de cadetes de un arma del Ejército, la Guardia Civil, se había comprometido, los quince muchachos que la formaban, a ser cada uno honrado y cabal en su puesto. Esta decisión personal e íntima, ¿cómo la iban a llevar a la práctica? Lógicamente, la reforzaron de esta manera.
Aceptaban llevar una vida austera, dada la precariedad de sus sueldos, apartaban de su vida regalos sospechosos o injustificados, se comprometían a tratarse como verdaderos amigos, a ser transparentes unos con otros, a estar pendientes unos de otros en sus necesidades, a poner en contacto a sus respectivas familias, a visitarse con frecuencia y hacer lo posible por pasar las vacaciones cerca los unos de los otros, a no ansiar ni aceptar voluntariamente puestos de trabajo donde fuera imposible mantenerse honrados. A mantener abiertas, unos para otros, las puertas de su casa, y las cuentas bancarias… ¿Un abrigo de visón? ¿Un diamante? ¿Unas perlas preciosas?
¿Un carro último modelo? ¿Una yippeta? ¿Una finca en el monte? ¿Un apartamento en la playa? ¿Un chalet en zona residencial? ¿Estudios para los hijos en el extranjero? ¿Viajes de placer a Extremo Oriente, o Cancún, o Thailandia, o Disneylandia?
Estos sueños nunca fueron sus sueños. Créanme que lo lograron. Simplemente, lo que hicieron fue reforzar su espíritu de lealtad y su vocación militar de servicio a la patria, poniendo por encima de cualquier otro valor el de la honradez personal y el de la pertenencia a un grupo humano digno y coherente.
La propia admiración, la propia autoestima, el ser contado como parte del cuerpo, el orgullo de vestir el uniforme que los distingue y los honra, el educar a sus propios hijos en este espíritu y transmitirles esta herencia de austeridad. Ser admirados y queridos por los suyos, por los que los conocen de cerca, por sus propios hijos… No hay nada superior a esto.
Y esto es, precisamente, aplicar a la vida las lecciones del deporte. No vivas solo. Busca apoyos.