Para las concepciones religiosas, “la muerte es un suceso agridulce. Agrio por el dolor, dulce por la salvación. Agrio por el dolor que causa a los difuntos y a sus familiares, dulce para los que creen en la salvación que les espera”. Desde ambas visiones, no resulta fácil concluir, que la muerte no es el final sino el principio. De ellas nace el principio del goce y de la eternidad. Esta última posibilidad, desde el punto de vista lógico, aterra.
El mecanismo de dominación religioso se estructura en base a elementos simples: se ofrece a los feligreses dos cosas y se le exige una tercera:
1- El Paraíso, donde disfrutarán de la salvación eterna, del amor eterno, de la paz eterna.
2- El Infierno, donde pagarán, hirviendo eternamente en calderas de aceites, todos tus pecados.
3- En la obediencia a Dios, que debe expresarse en la obediencia ciega a los representantes terrestres del proclamado señor, no basta con amar a Dios: el amor sin obediencia ciega es disfuncional para el aparato de dominación.
El budismo hindú y el taoísmo chino, a los que se adscriben más del 40 por ciento de la población mundial, no tienen Dios. Por lo tanto no tienen la necesidad de ofrecer paraíso o infierno, ni de reclamar obediencia al Señor, sino que su ofrecimiento se limita a: La vida como un camino, la muerte como un descanso en el camino. Al recorrerlo se aprende una filosofía moral del camino, del recorrido, de la trayectoria. Se busca la interpretación moral de los hechos que acompañan en el camino.
Cuando se trata de gobernar a la gente, de mantener un control, la filosofía de la vida como un suceso agridulce, no funciona. La lógica de esa filosofía descansa en lo eterno, en lo inmortal, en lo verdaderamente valioso, que es el alma. Como no pueden matarla, liberarla del cuerpo es un acto de solidaridad que la ayuda a acercarse al deseado paraíso. En este último concepto es el guía verdadero de las congregaciones religiosas. Por esta razón su catálogo de crueldad no tiene límites.
Hace dos semana, el juez de la Suprema Corte Irlandesa, Sean Ryan, dio a conocer un informe de 2 mil 600 páginas en el cual se relatan unas 40 mil violaciones sexuales que durante 60 años cometieron las ordenes religiosas católicas. Durante los 10 años que duró la investigación hubo que soportar la infamia del clero por boicotearla; en los centros regenteados por los católicos, los niños y las niñas tuvieron que soportar los más terribles patrones de perversidad, incluyendo el experimento con nuevos instrumentos de torturas.
“Los abusos sexuales en esas instituciones fueron endémicos”, dice el informe. Durante 6 décadas, de 1930 a 1990, todo el que denunció violaciones, abusos y torturas, fue acusado por la iglesia de ser un mentiroso degenerado, nunca admitieron un caso.
Los campos nazis de la iglesia católica irlandesa han seguido operando en el mundo como si la segunda guerra mundial no hubiese terminado. Es como si el Vaticano hubiese recogido a todos los nazis, y para ocultar su identidad los vistió de sacerdotes, cardenales, monjas y obispos. Hubo más de 40 mil violaciones en el norte de los Estados Unidos, iguales cifras en los países europeos, y la realidad de los países latinoamericanos no ha sido develada.
Irlanda es un país situado en el noreste de Europa, frente a las costas inglesas. Linda, con el Océano Atlántico, tiene unos 70 mil kilómetros cuadrados donde habitan unos 4 millones de personas; es decir, es más o menos como Puerto Rico, pero su Producto Bruto Interno anual supera los 83 mil millones de dólares y sus exportaciones pasan los 76 mil millones de dólares anuales.
Es un país rico y esa riqueza material no impidió el holocausto del clero, que no ha sido castigado, que no será castigado y que sigue viendo todo aquello como las necesidades espirituales de la iglesia. Cuando uno le comenta esos hechos a un sacerdote, responde: “en eso hay mucho de propaganda contra la santidad”. Entonces, comprendes que él está dentro de los que en su tiempo fueron violados y de quienes han participado en esos ritos.
Si tomamos en cuenta lo que hicieron en Estados Unidos y en Irlanda, para sólo poner dos ejemplos, podemos asumir que los violados en un país como República Dominicana superan los cien mil. Aquí no hay un monaguillo que se haya salvado.
Lo único que puede liberar a estos seres violados es un movimiento de testimonio y como aquí nadie quiere hacerlo, la iglesia, con su ejército de violados colocados en los medios de comunicación y en los poderes públicos, quiere que el engendro nazi, el artículo 30, su idea del pecado, sea asumida en nuestra constitución como un delito, cuando son cosas diferentes y todos los saben: pecado es una cosa, delito es otra.
Las constituciones ni siquiera se hacen para consagrar delitos, sino para establecer derechos. Basta tener un mínimo de sentido común para saber que los delitos se estipulan en los códigos. Pero el clero no quiere ponerle fin a su catálogo de crueldades.