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Proteger el Patrimonio Material y Espiritual

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Mi distinguido y dilecto sacerdote Jesuita Javier Colino, preferido compañero del tenis, me esta evangelizando durante el trayecto hacia la cancha, “intercambiando teología y deporte”

Hoy 1 de Junio 2009, al entrar al vehículo, me entrega un libro, y me dice: “toma es tuyo, se que te gustara”; el titulo: “Moral El arte de Vivir”, escrito por el sacerdote Juan Luis Lorda.” La alegría inunda mi natura. “Gracias Maestro”.

Anteriormente, me había regalado otro libro: “El hombre que venía de Dios”, escrito por Joseph Maingt, S.J.
Empezar a leer el libro de Lorda es un encuentro con el diario acontecer dominicano y me motiva a compartir con los amables lectores algunos temas. Al referirse a la debilidad humana: “Organizar una sociedad teniendo como principio fundamental únicamente el provecho personal; es organizar una sociedad con el mismo principio de convivencia que rige para las ratas”

Como algunos sufrimos la presencia de los granceros secando los ríos y ahora la devastación de los Haitises; pienso que el sacerdote conoce nuestros males y en el tema. “Las raíces del hombre” nos habla de La madurez y el bien común: “Cada hombre ha recibido mucho y es un deber moral valorarlo. A esto se llama agradecimiento”.

En la mayor parte de los casos no es posible devolver el equivalente a lo que hemos recibido.
Esto sucede en relación al conjunto de la sociedad. Hemos recibido de ella una multitud de bienes inmateriales y materiales, que han sido posibles gracias al ingenio y al trabajo de muchos hombres a lo largo de la historia.

El primer paso para agradecer los bienes recibidos es reconocerlos y apreciarlos. El agradecimiento debe orientarse a ayudar a los que vienen detrás, así como nos han ayudado previamente a nosotros.

Llegar a la madurez humana significa superar la mentalidad del niño que siempre está esperando recibir de sus mayores y adquirir conciencia de las propias responsabilidades; es decir, adquirir conciencia de que se es mayor, de que se tiene un papel que jugar entre los mayores, y de que hay que preocuparse por los que vienen detrás.

Adulto, humanamente maduro, es el que supera el egoísmo infantil y se da cuenta de que no puede vivir pendiente de sí mismo, sino que debe vivir preocupado por los demás. En una sociedad, grande o pequeña, corresponde a los miembros maduros y sanos ocuparse de que la sociedad funcione, y atender a los miembros que no pueden valerse por sí mismos: ancianos, enfermos, niños.

La vida de quien está centrado en sí mismo acaba manifestándose absurda, sin sentido, sin razón de ser, porque el hombre está hecho para vivir en sociedad. La felicidad humana no puede concebirse aisladamente. El hombre necesita comunicarse y compartir, y se siente obligado a participar en las tareas comunes. Vivir en sociedad, para un hombre maduro, no es sólo la materialidad de vivir junto a otros, o de aprovecharse de los servicios comunes para poder subsistir; es también relacionarse con otros, darse a los demás y contribuir al bien de todos. Ningún adulto sano y normal puede disculparse de servir a la sociedad en la que vive, aunque nadie se lo reclame. Es un deber que nace de la naturaleza.

¿En qué consiste el bien común de una sociedad? Se trata del inmenso conjunto de bienes materiales y espirituales que forman el patrimonio social de un país, por ejemplo: su geografía, sus paisajes, sus aguas, sus riquezas naturales, su nivel de vida, su capacidad de producción, su infraestructura (carreteras, medios de comunicación, edificios públicos, etc.), los sistemas de educación y de salud, su patrimonio artístico y monumental, su historia, su lengua, su literatura, sus costumbres, su folclore, etc.

Otros aspectos son menos aparentes pero también forman parte muy importante del patrimonio espiritual de una sociedad. Por ejemplo, el nivel de organización y de educación, el orden público, la eficiencia y honestidad en las instituciones, la moralidad pública, el nivel cultural y de conocimientos, etc.

Y también forma parte del bien común que esté bien repartido; es decir, que todos los miembros de la sociedad participen de los bienes materiales y espirituales; esto quiere decir, que la propiedad esté difundida, que haya facilidades para acceder a la educación y a la cultura, que exista igualdad de oportunidades para obtener trabajo e intervenir en la vida pública, etc. Cada uno de los miembros adultos tiene serias obligaciones con respecto a ese bien común, aunque nadie se lo haga ver ni se lo exija. Amables lectores, en la próxima continuaremos con: “El papel de la autoridad”.

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