Este 17 de junio, hace 104 años, falleció en La Habana el General en Jefe de las Fuerzas Libertadoras cubanas, el banilejo Máximo Gómez, y quizás algunos piensen que estas líneas debieron publicarse en dicha fecha; pero, la tragedia de dos ancianos que serán expulsados en breve de sus míseros hogares, por construirse allí la cementera de los Haitises, hizo que postergáramos este tributo en letras.
Máximo Gómez, nacido en Baní, se enroló en la gesta independentista cubana desde sus inicios el 10 de octubre de 1868 y fue el único sobreviviente de los grandes jefes, entre ellos, Antonio Maceo y José Martí.
Gómez había regresado de Santiago de Cuba y en su mano derecha, una vieja y descuidada herida le provocó la infección que le causaría la muerte, justo cuando la vida política del país marcaba un contexto extremadamente tenso.
La septicemia de su mano doblegó su espíritu escorpiónico. En la casona del Vedado habanero, ubicada en Quinta y D, pasó sus últimos días. Muchos no podían creer que falleciera así el férreo dominico- cubano, protagonista de estrategias y tácticas que le ubican entre las glorias militares más importantes de la centuria.
Rodeado de los hijos, su esposa Manana y el pueblo que le respetó y admiró sin límites, el doctor Pereda pronunció aquellas sentidas frases: el General ha muerto.
“Fue velado en la capilla ardiente del salón rojo del Palacio Presidencial. Ocho mulas arrastraron hasta el cementerio la cureña donde yacía el féretro suntuoso, cubierto por los colores de las banderas de Cuba y Santo Domingo. Hombres, mujeres y niños lloraban en las aceras.
“Junto al armón, en guardia de honor, marcharon los veteranos de la guerra, seguidos de congresistas, representantes de logias masónicas, alcaldes, y un mar de gente atestando las calles al paso del féretro y la policía, aplacando a la multitud que adolorida se lanzaba sobre el sarcófago, disputándose la gloria de llevarlo en sus hombros”.
El poeta Manuel S. Pichardo, escribió estos versos que hoy repetimos a la memoria del inolvidable guerrero: La Gloria canta sobre el cuerpo inerte, mientras Cuba no cesa de llorarlo.
¡Callad, que el ruido puede molestarlo! Corazón tan viril, alma tan fuerte, que para reducirlo y dominarlo, gigante esfuerzo le costó a la muerte!