Proteger el patrimonio material y espiritual

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Con esta entrega concluimos por ahora las enseñanzas del sacerdote Juan Luis Lorda.

El papel de la Autoridad:

El bien común no se puede lograr espontáneamente mediante la simple suma de los esfuerzos de los individuos y de las sociedades que estos libremente promueven. Si todos se limitaran a aportar al bien común lo que les gusta, les apetece o se les ocurre, se produciría un gran desorden: sobraría gente que se ocupa de los aspectos mas simpáticos y en cambio estarían descuidados los más antipáticos y costosos. Es muy importante que todos los miembros de una sociedad tengan iniciativas para mejorar el bien común, pero no basta. Además, hay que regular y coordinar esas iniciativas para aprovechar mejor los recursos, que siempre son escasos.

Para eso existe la autoridad pública. Es una función necesaria de la sociedad. Debe cuidar ordenadamente del bien común y regular la contribución de todos para que se prospere. A la autoridad le compete repartir las tareas y los bienes entre todos; de tal manera que al que más pueda contribuir se le pida más y al que más necesite se les pueda dar más. Esta es la justicia propia de la sociedad. No es una justicia de dar a todos lo mismo y pedir de todos lo mismo, porque todos no son iguales. Es la justicia de pedir más al que puede dar más y dar más al que más necesita. Ese es el cometido principal de la autoridad y ese es el criterio de su justicia.

A veces el bien de todos exige el sacrificio del bien particular de algunos o incluso de muchos. Es inevitable. No se puede construir una carretera sin que pase por algún campo, ni tomar medidas para favorecer, por ejemplo, un sector del comercio sin que otro salga perjudicado. La justicia pide únicamente que el reparto sea equilibrado y que se haga con criterios objetivos y controlables; pero, es evidente que no se puede dar satisfacción perfecta a todos.

Si el gobierno no tiene autoridad-capacidad de mandar, no puede gobernar con justicia: porque no puede repartir los bienes y las cargas, como sería justo. Cuando la autoridad es débil, los más fuertes se imponen y tienden a buscar, consciente o inconscientemente, su propio beneficio. Por eso es un bien que quienes gobiernan gocen de autoridad y en consecuencia hay que proteger su prestigio y mantenerles el debido respeto.

Cabe una crítica honesta y constructiva a la autoridad. Pero hay que hacerla sin debilitar la función que desempeña, porque se perjudicaría mucho a la sociedad. Hay que distinguir la función de la persona que la ejerce y tener presente que, a veces, se daña la imagen de la función cuando se ataca demasiado o con demasiada frecuencia a las personas.

El gobierno debe gozar de autoridad y hay que establecer los medios para dársela. Para que exista el orden social, debe gobernar y ser obedecido. Y como siempre habrá quien se resista a obedecer, debe tener fuerza (pero una fuerza legítima moderada) para tomar las decisiones que afectan al bien común. Lo ideal sería que todos los miembros de la sociedad obedecieran de buen gusto las disposiciones que regulan el reparto de cargas y beneficios, pero como es imposible que todos quieran obedecer, la justicia exige corregir a los que se desvían. Esto debe hacerlo la autoridad. Necesita la fuerza coactiva para asegurar la obediencia a las leyes, reprimir el crimen y controlar las conductas antisociales.

Pero la autoridad es limitada. El gobierno no es el propietario de la sociedad y no puede hacer con ella lo que le venga en gana. La autoridad debe guiarse por criterios razonables de justicia, que puedan se explicados a los ciudadanos. La autoridad debe tener en cuenta que gobierna seres inteligentes y que, por tanto, deben ser gobernados inteligentemente. A las sociedades humanas no se les puede gobernar como se gobiernan los rebaños. Los súbditos deben entender, en la medida de lo posible, “por qué se hacen las cosas. Por qué se reparte de ese modo o de este otro, por qué se reprime esta conducta o esta otra; deben saber qué se les exige y qué se les prohíbe; cuáles son sus derechos y cuáles sus obligaciones”. Termino la cita.

La sabiduría del sacerdote Jorge Luis Lorda me concentra en el estudio reflexión del contenido de su libro Moral-Arte de Vivir:

Es una cátedra de virtud cristiana que es la base de la autorrealización y purificación. El ejercicio de la moral es el mejor vehículo para instruir a los ciudadanos. El que gobierna está obligado a dar ejemplo con su conducta.

El día que la dignidad consiga la gran victoria que anhelamos, el pueblo elegirá a los más dotados para que mantengan la paz y el respeto, de esta forma los egoístas dejaran de alfombrar las calles con las calumnias de sus falsas acusaciones.

La virtud de los que gobiernan es como el viento, mientras que el pueblo es como la superficie del mar. Este siempre se inclina en la dirección que sopla el viento.

Si los poderosos abandonasen la codicia, el pueblo no sufriría necesidades, porque las riquezas existentes se repartirían de una forma justa.

Debemos a través de la reflexión filosófica convertimos en buenos ciudadanos, en miembros positivos y colaboradores en la vida de la ciudad. Es decir, copartícipes conscientes en la construcción de un estado humano ideal.

La sapiencia es la forma más sublime del conocimiento.
La palabra y la vida son inseparables
La virtud no corre tras los apellidos.

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