El »golpe de estado» en Honduras ha sido mundialmente repudiado. La situación no puede ser más preocupante tras la conjura llevada a cabo contra el presidente constitucional y legítimo, José Manuel Zelaya.
Toque de queda, sitios sin electricidad, ni teléfonos. El ejército ha tomado las calles y son amenazadas figuras públicas; en tanto que señales televisivas, como la de CNN en Español fueron cortadas; militarizado Televicentro y junto al llamado a huelga general, se habla de un muerto entre quienes protestan en manifestaciones.
Las experiencias en América Latina y en otras partes del mundo de los golpes de estado y posteriores implantaciones de dictaduras, han legado un saldo de “sangre sudor y lágrimas” cuyas horribles memorias son imposibles de borrar.
Los tiempos son otros y la movilización urgente de la opinión pública y los organismos internacionales, junto a la legítima posición del pueblo hondureño, impedirán que se consumen golpes de este tipo.
Se habla de una mayoría liderada por el Congreso en la deposición de Zelaya, y la designación de un nuevo Jefe de Estado. Se dijo que aquel había renunciado, y hasta fue presentada una firma falsificada que, minutos después, el propio presidente, desde un aeropuerto en Costa Rica, desmintió categóricamente.
Pero, aunque están implícitos en la conjura, calificada de golpe militar y luego legalizada, el Congreso, altos tribunales y otras figuras ejecutantes de la sociedad civil, Zelaya tiene la autoridad sobre quienes le desplazaron y todo esto significa, sin duda, un peligro desde adentro.
El restablecimiento del Estado de Derecho en Honduras resulta inaplazable. La situación no se resume a una confrontación entre los golpistas y el presidente constitucional. Las preguntas siguen siendo: ¿Quién gana con un golpe así? ¿Qué opina al respecto el pueblo hondureño?