Con un toque de queda y la aguda confrontación entre los sectores hondureños concluyó el fin de semana para esa nación y muchas personas preocupadas por lo que allí acontece, se preguntan cuánto más durará el conflicto, agudizado en las últimas horas.
Managua y el Salvador sustituyeron el destino de Manuel Zelaya, en vez de Honduras, y los analistas no cesaron en alertar que cada vez resultaba más compleja la situación.
En la rueda de prensa de San Salvador, el secretario general de las OEA, José Miguel Insulza, reafirmó su disposición a continuar propiciando una solución; en tanto que la presidenta de Argentina, Cristina Fernández, observó que no se trataba de defender al presidente Zelaya, si no a todos, en virtud de la institucionalidad y la democracia.
No obstante “un rayo de luz” se perfila entre las brumas, en el sentido de lograrse el propósito de un diálogo.
Tal y como comentó un lector de DominicanosHoy, en el espacio de opiniones: “En los actuales momentos de crisis que vive el Estado de Honduras, quizás, la presiones psicológicas no son las más aconsejables. Sino la búsqueda de acuerdos mínimos que permitan que Honduras vuelva a la normalidad”.
Añade el lector, nombrado Rafael Castro, desde Santo Domingo, que a su entender esa sería la mejor aportación que debieran hacer los actores que intervienen en la solución a la crisis.
De eso se trata: Manuel Zelaya afirmó que su propósito era volver al país "en misión de paz, de diálogo" y en San Salvador dejó sentado su propósito: "Me arriesgo personalmente a resolver los problemas sin violencia".
Es cierto que la mayoría de la comunidad internacional aboga por su restitución en la presidencia y que el secretario general de la OEA, junto a los otros presidentes han establecido ese “punto de aproximación con Honduras"; pero, las preguntas siguen siendo: ¿cuánto más se mantendrá el suspenso? Y ¿cuánto los bandos opuestos estarán dispuestos a ceder?
De ejecutarse el diálogo, podrían hallarse puntos en común. A la región le ha costado mucho la democracia y no puede darse el “deslujo” del retroceso.
El mantenimiento de las contradicciones, no sólo impide mantener la institucionalidad, sino que puede provocar más derramamiento de sangre y una violencia que a nadie, absolutamente a nadie, beneficia.