Analizar una gestión política y sectorial es entender primero sus objetivos, lo que busca cambiar o mejorar o corregir, es visualizar los efectos por las acciones que emprende y con cuáles recursos cuenta, sus procedimientos y los resultados a corto plazo.
Se supone que una Secretaría, cual sea, opera para el bien de la Nación, responde a un programa de gobierno donde quizás sus metas coinciden con lo que necesita el pueblo. Definición un poco pueril, habría que analizar en conjunto las gestiones, todas las secretarías, ver si hay una meta común, si el Gobierno es homogéneo en sus objetivos, sin hablar de concepciones políticas sobre el papel del Estado, pues por ahora nos concentraremos en la Secretaría de Medio Ambiente.
Jamás un secretario gozó como él, de un cheque en blanco por parte del pueblo que confió ciegamente en él, por sus apellidos. Nadie se preguntó si el heroísmo se hereda o si el peso de la familia, al contrario, no es muy difícil de asumir. Pero llegó después de unas pataleadas o quizás unas mimadas, como siquiatra al fin, creó un ambiente de especulaciones alrededor de su aceptación.
La agenda de Medio Ambiente (SEMARENA) la conocen los ambientalistas del país: es una deuda ecológica acumulada, la cartera carga con un pasivo desde varias gestiones infructuosas o desastrosas, debe resolver varios conflictos que generan las opciones económicas del Gobierno Central.
Los más graves son las concesiones para la explotación de los cauces de ríos por granceras, actividad depredadora, que deforma los cauces y como consecuencias provoca catástrofes de muy alto costo. Todo agravado por la falta de monitoreo y supervisión y qué decir de la falta de coordinación entre instituciones.
Después, vienen las concesiones de minería sin discriminación, sin consideraciones ambientales previas, los incendios forestales, las construcciones en las playas y costas, las privatizaciones de playas, la contaminación de las industrias en la ciudad y de los hoteles en las costas, los aserraderos, vigilar la fauna, la flora y proteger la biodiversidad.
Existe en República Dominicana un pasivo ambiental, enorme producto de la deuda externa y los diferentes acuerdos con el FMI y el BM. Nunca Medio Ambiente ha podido conceptualizar la relación entre deuda externa y costos ambientales, su función más bien fue de dar permisos, conceder, autorizar o canalizar recursos y préstamos para fundaciones de sus funcionarios o ONG’s de diputados y senadores.
Los intentos de regular las actividades extractivas fueron fracasos, nunca pudo obligar una grancera a reconstruir “la naturaleza”; nunca se preocupó por las actuaciones de la minera Rosario Dominicano, que ha transformado el arroyo Margajita en una vena cargada de metales y ácidos hacia la presa de Hatillo, ni los desbordamientos de las presas de cola hacia el río Maguaca, a estas alturas no obliga a la Falconbridge a reforestar y recomponer las lomas de la Peguera, ni hablar de Cabo Rojo y los cráteres de la Alcoa. Sabemos que de hoyos pueden hacerse lagos, que montes pelados pueden reflorecer y que excavaciones pueden fingir como “naturales”; pero, aquí, lamentablemente no se invierten en eso.
El gran afán de nuestro Secretario de Medio Ambiente es reforestar. Le gustan los operativos (es médico), andar con guardias, le fascinan los símbolos, las fotos, quizás no fue boy scout en su juventud. Crear plantaciones forestales, explotables a 15 o 20 años, en terrenos privados, es su fantasía. Por eso se está convirtiendo, al igual que los americanos, implantando la caña de azúcar en la región Este, en el 1916, en verdugo de los campesinos de la Sierra. Desde Restauración hasta Monción le temen a sus incursiones.
El Señor otrora “bonachón” desaloja, maltrata, amenaza a los campesinos, cuestionando la validez de títulos otorgados en otras gestiones. Ningún campesino descansa tranquilo, la “gente de Santiago” se dice dueña de la Cordillera, la quiere y ellos dicen que mejor muertos, no se la entregan: CEA e Medio Ambiente andan de la mano, una desaloja, la otra hace “parques temáticos o plantaciones” y los campesinos? E´pafuera que van!
En Gonzalo, los campesinos tienen títulos de propiedad también y nuestro agrónomo de turno les quiere confiscar para sembrar árboles que producirán dentro de 15 años: no pueden esperar tantos años para “comer” no son los Rizek de San Francisco con 15.000 tareas en Sabana Gde de Boya que las tienen de inversiones para el futuro de sus hijos. Así en la frontera, donde el también siquiatra no sabe que la profundización de la pobreza acelera la deforestación para la producción de carbón vegetal que genera pingues ingresos; no son los haitianos que deforestan, son pobres labriegos que ven sus tierras anegadas por el Lago Enriquillo y que “suben” en las faldas de las Sierras, para sobrevivir, ya que ninguna promesa del Gobierno fue cumplida. Menos la del CEA: ¿no saben los siquiatras que el hambre desespera? ¿No se recuerdan las angustias que crean ver ojos de niños hambrientos? ¿No saben de instinto de conservación?
El incúmbete paso a formar patronatos con empresarios a la cabeza para administrar los parques nacionales, compartir una gestión que debía ser entre científicos para experimentar manejos adecuados, rescatar memorias y culturas, identidades difusas, en particular en Los Haitises: en esa zona, los gobiernos, todos, han declarado la guerra al campesinado en su conjunto, en nombre de la protección de un Parque cada vez más mutilado, que ameritaba una zona de amortiguamiento con presencia campesina para cuidarlo, para recobrar la esencia del paisaje cultural que es la presencia humana.
La co-gestión de esas áreas con el sector privado conllevará a enfrentamientos con un sector cada vez más amplio de la población joven, que ha comprendido que en este momento post-neoliberal, la rentabilización de los parques pasa por su monetarización y utilización irracional ya que los recursos naturales son el blanco más fácil de intereses privados o de capitales internacionales a la deriva, en búsqueda de nicho ecológico de alta y rápida rentabilidad.
Así se inicia la rentabilización de las Islas Catalina y Saona, pavimentando sus bordes, sin pensar en los impactos en las tortugas desovando. Sobrevolando la gestión vemos que se abandonan a su suerte las Cuevas del Pomier, damnificados de Olga y Noel siguen en el mismo lugar los aserraderos clandestinos. Siguen operando las granceras, siguen donde están y Jaime David, risueño, coqueteando con la política y el mundo empresarial, olvida las ilusiones que creó por sus apellidos y raíces campesinas.