Cuando los medios de prensa publicaron hace un tiempo, que según estadísticas de la ONU, una de cada tres mujeres sufre violencia en su vida y en muchos momentos ésta sucede con impunidad para sus ejecutores, en la República Dominicana sólo hubo que volver la mirada hacia las cifras de mujeres asesinadas a manos de sus ex esposos, novios, actuales maridos, o relacionados, para comprender que no mejoran para nada las cosas en este sentido.
Se plantea que la violencia basada en género, desde el punto de vista físico, alcanza en el país el 19,7%. En 2007, los asesinatos de dominicanas fueron de 173. En 2008 ascendieron a 204 y, hasta el pasado mes de junio se registran 80 casos.
La colega Cristina Rivas comentaba con pesar el incremento de la violencia intrafamiliar, y la manera en que las reacciones de los ejecutantes era casi fría, alevosa, aún cuando dejaban a otros pequeños sin el abrigo maternal y, en ocasiones, atentaban contra la vida de los propios hijos.
Ni hablar de los menores que sufren este horrible suceso en el seno de su hogar. A todo esto le acompañan abandono, miserias, traumas y la realidad de que la figura de la madre alcanza en la República Dominicana el porcentaje de un 35% como máximas responsables del hogar.
Algo muy fuerte tiene que detener en la República Dominicana la violencia de género. La magistrada Rosanna Reyes, Procuradora General Adjunta para Asuntos de la Mujer, ha dicho que “Somos un país violento” y que “a mayor violencia generalizada, mayor violencia contra la mujer. Eso es indiscutible”.
Pero, aunque el Ministerio Público garantiza la persecución legal de los agresores y una atención integral multidisciplinaria a las víctimas, el hecho mismo de asistir a un mayor número de “feminicidios íntimos”, concluye que quizás las penas previstas para estos terribles daños, no están a la altura del mal ocasionado, no sólo en la víctima, si no en hijos e hijas, en toda la sociedad dominicana.