Le pareció extraño, muy raro. Estaba seguro de que había dejado completamente limpio su escritorio, cosa que pocas veces ocurría, le divertían los apuntes perdidos, amaba los números telefónicos que no encontraba, vivía la excitación de sus perdidas, pero esta vez estaba seguro. Lo primero que Héctor Emilio vio al abrir la puerta de su despacho de Director de Programación de la planta televisora donde laboraba, fue el informe de la Junta Directiva. Al abrir el sobre vio con ojos pocos complacidos una carta que le dejaba el presidente de la Junta Directiva.
Señor Director, les estamos dejando una copia del estudio de mercadeo realizado. Como verás, la parte más importante del estudio es haber descubierto que la población considerada mercado ya no está interesada en una programación fundamentada en intrigas.
La Junta Directiva no creyó en la veracidad de este estudio. La humanidad, sencillamente, no podía haber cambiado tanto, nos decíamos. Para confirmarlo ordenamos a otras dos compañías su verificación. El resultado, que nos vino como desagradable sorpresa, fue confirmatorio con el descubrimiento original.
La tarea suya y ahora pasaba a trazarle pautas será diseñar una programación en la que la intriga, como elemento de la relación humana y como elemento básico de la entretención, no aparezca. Eso incluye y le aclaro con punto y como a los noticieros, las películas, las telenovelas…
!Una programación sin intrigas!, ¿y de qué diablo la voy a hacer?
El solo hecho de hacerse esa interrogante, le ocasionó el deseo de buscarse dos aspirinas: Estaba llamado a pasarse un día lleno de dolores de cabeza. Tomó el informe, el estudio o como la Junta Directiva quisiera llamarlo, y lo tiro al zafacón:
Ahí hará un mejor trabajo. Tuvo el deseo de lanzarle un fósforo, pero se conformó con meterse su propio comentario en la memoria.
Llamó a Amantina Dulcera, su asistente, y le pidió que le trajera los mensajes, una taza de café y que mirara a ver si podía conseguirle el número de teléfono del Diablo porque sólo El podría decir qué se iba a hacer de ahora en adelante para entretener a la gente. Amantina entró, dulcera como siempre, pero esta vez más fea que lo usual, al verla le retornó el siempre vivo deseo de despedirla. Pensaba que su falta de atractivo era un sedante a su imaginación, a su creación. Esta vez estaba seguro de que lo haría, y lo iba a hacer, pero sonó el teléfono.
Buenas, saludos Héctor Emilio.
Es Julio Abraham, el presidente de la Junta Directiva.
Si, lo se. Si no reconociera su voz, ya habría perdido el puesto.
Ignoraba que me conociese tan bien Héctor, pero la razón por la cual le llamo es para asegurarme de que usted recibió el informe de mercadeo. La planta está perdiendo su teleaudiencia, y sin teleaudiencia no hay anuncio y sin anuncio no hay dinero; así que hay que acelerar, rápidamente, la recuperación del mercado, de nuestro mercado. Esperamos de usted su total entrega.
Así será, Señor presidente, así será. Yo soy como el burro: ¡cuando no estoy cargando, estoy soportando la carga!
Extendió su mano izquierda hasta el zafacón y saco de allí el informe. Se agradeció el no ser un fumador, el no tener fósforo porque al final de su conversación con el presidente era una mecha en busca de llama, en caza de flama.
Cómo que la humanidad no está interesada en las intrigas? ¿Qué tipo de evolución es que hemos sufridos? ¿Acaso somos moscas? ¿Si no hay intrigas, con qué nos divertiremos? ¿Se habrá apoderado Dios del mundo? ¿Si es así, llegó el fin? Iba a seguir haciéndose preguntas, una tontas otras complicadas, pero entendió que lo mejor seria estudiar el bendito informe. Una vez hecho esto, Dios o el Diablo, cualquiera de los dos que tiene que ver con entretener a la plebe y a sus opresores, le guiará.
Lo peor que tenia el estudio era que estaba muy bien hecho, casi en formas matemática las conclusiones explicaban las razones por las cuales la gente ya no estaba interesada en las intrigas como forma de diversión. Explicaba, claramente, que el “it is not your business”, ese no es tu problema había ganado la batalla, había ganado la guerra, era ahora el dueño absoluto de los apetitos humanos.
Pero el estudio, para su desgracia, no establecías las nuevas cosas que como forma de diversión la gente estaba interesada. Comentaba que la humanidad ahora estaba pensando en su propia protección, pero que le daba miedo sentirse de esa forma. Decía que la humanidad ahora era muy compleja, pero que no habían podido descubrir en que estaba interesada. Sugería que se ensaye con una programación totalmente nueva, totalmente diferente y que se midan las reacciones de los televidentes para así ir desechando lo que no les guste.
Pero idiotas, se preguntó, ¿basado en qué se puede elaborar la programación? Tenemos mas de cinco mil anos divirtiendo a la plebe y a sus opresores con intrigas; y si sumamos las que nos vienen desde el Cielo a través de los llamados profetas, suman millones de años. Ahora pretenden que abandonemos todo eso porque a la plebe ya no le interesa. Lo peor de todo es que si la desgraciada plebe me abandona yo pierdo mi salario. Treinta años de estudios, tres master, un doctorado, cuatro idiomas, y sigo dependiendo de sus deseos. ¿Dígame usted de quién es este mundo?
La lectura del informe más que luz había arrojado confusión, desesperación, falta de aliento en su cerebro, que había dejado de crecer: ¡Un verdadero tormento! A su despacho entro Amantina, quien inmediatamente notó la ausencia de paz y ciencia; y con su lenguaje de campesina gorda, como arrastrando la lengua, le calificó:
Ute no ta bien, Jefe.
El la miró y quiso descargar sobre ella y toda su masa la furia que lo arropaba, pero Amantina, huyéndole al odio de aquellos atormentados ojos, se le acercó y empezó a darle un masaje en el cuello que Héctor no entendió por qué aceptaba. Las manos de Amantina fueron deslizándose por toda parte del cuerpo y en ningún músculo encontraron resistencia. En diferentes momentos dos personas entraron a su despacho y aunque vieron lo entretenida que estaba Amantina debajo del escritorio, ninguno pareció intrigarse por el hecho y ninguno se lo comentó a sus compañeros de trabajo. Héctor contempló la escena y comprobó por sí mismo que verdaderamente la gente no estaba interesada en la intriga, que esa plaga había recibido su DDT. “¡El Diablo ha perdido terreno!, se preocupó.
Aunque su mente seguía atormentada por la incertidumbre de aquel informe, su energía física empezó a cambiar, a ceder hasta que los engordados labios de Amantina sacaron de su cuerpo una carga que en aquellos momentos no era el tormento, pero aquellos más de veinte millones de posibles seres fuera de su entorno le hicieron olvidar su idea de despedir a Amantina.
Al ver que Héctor no abría los ojos, Amantina entendió el que el poder de sus labios no era suficiente como para que su cuerpo lograra provocar una segunda oportunidad, pero para darle valor a su encanto, formuló un extraño pedido:
Jefe, ute debería darme un ascenso y un aumentito. Eso calmaría a mi marido.
En aquel momento Héctor separó las pupilas y corrió el riesgo de verla. Sintió el deseo de decirle cuán falto de atractivo era su cuerpo, cuánto le costaba, en sus inicios, el aceptar las relaciones sexuales, pero una luz, divina quizás, mediadora como el Diablo, talvez, lo detuvo y de la parte bondadosa de su corazón se dijo:
En nuestras relaciones con las mujeres, los hombres tenemos que ser como Dios: Darles todo lo que nos piden sin perder lo que poseemos.
El tiempo para seguir en aquella oficina había terminado, por lo menos en aquel momento. Su cuerpo sin energía, su cabeza atormentada, ¿qué podía hacer? Tomo la llave de su auto, bajo por la Avenida 27 de Febrero y tomó la Avenida Máximo Gómez, camino sur, hacia el Malecón. Su esperanza era que la brisa marina sacara de su cerebro las atormentadoras ideas de aquel informe. Manejó por la autopista 30 de Mayo hasta llegar al edificio del Colegio Nacional de Periodista. Aquella parte del Malecón le pareció tranquila, estacionó su auto y se sentó mirando a la mar.
Lo que la brisa trajo, siempre ocurre, fue el recuerdo de su primera esposa, la que, por irse para New York, lo había abandonado. Héctor siempre asumió el que aquella era la mujer de su vida. Si todo hombre tiene un gran amor, aquella era su gran amor. ¿Cómo Héctor lo sabia? Había descubierto que cuando el o ella se ausentaba, y el sentía la necesidad de masturbarse, siempre lo hacía a nombre de ella, y se sentía orgulloso, no avergonzado. Decía ser el único hombre que se masturbaba en nombre de su esposa, con ella en su mente y sin dejarla escapar; y que esa era la clave, su clave, para saber si verdaderamente se ama a una mujer. En busca de patentizar su descubrimiento, hizo una encuesta entre hombre casados y todos les aseguraron que sus esposas no eran las reinas de aquel palacio, asumió que todos estaba casados con quien no querían.
Es que mi descubrimiento no puede fallar, es la perfecta combinación de la fuerza espiritual con la fuerza física: Es Dios y el Diablo juntos, que más se puede pedir, se comentaba para sí
Y entonces se lamentaba y se interrogaba con dolor, ¿por qué no me fui con ella? La respuesta se la daba su propia fórmula: Ella no se masturbaba en nombre de el, Héctor no era el rey de ese castillo. La brisa azul marino de la mar, calentada por el suave sol de las tardes caribeñas, sopló en su cerebro para repetirle una vez más que el corazón siempre sabe de las fortaleza o la debilidad de su alma, que la conducta humana es única e individual y que en esa relación entre corazón y alma ningún extraño entra.