SANTIAGO.- Caminan por las calles de Santiago, sucios, harapientos, los más pequeños desnudos y se abalanzan a los conductores pidiendo limosnas o una sobra de un jugo, o cualquier comida rápida que consuman transeúntes y automovilistas para mitigar la sed y el hambre.
Se trata de niños que son traficados desde Haití hacia la zona Norte, principalmente a la ciudad de Santiago, que es el destino favorito de los inmigrantes haitianos indocumentados.
Los menores, con edades entre los 2 a 17 años, corretean por las calles. Los más grandes, con el dinero que consiguen fruto de su mendicidad, lo juegan entre sí y muchas veces estas tabernas que improvisan en las mismas vías públicas y en los solares baldíos y edificaciones abandonadas donde duermen, terminan en peleas y enfrentamientos con piedras, palos y otros objetos.
Al menos cuatro conductores han denunciado que sus vehículos han sufrido roturas de cristales al ser impactados por piedras lanzadas por adolescentes haitianos que se pelean en las calles.
Los niños más pequeños corretean por los establecimientos comerciales y casas habitadas pidiendo alimentos y agua. "Mamá deme heche (leche) que tengo hambre", se oyó aclamar a uno de apenas tres años de edad, traficado hace tres días desde Haití, quien entró a una casa ocupada por una familia de Santiago.
La profesora Raysa Guzmán Rivera, propietaria del inmueble, dijo que esos deprimentes espectáculos los viven los vecinos del centro histórico de Santiago a diario.
"Esos niños los traen los traficantes de Haití, los tiran a las calles y cuando llega la noche usted los oye llorando que tienen frío o aclamando a sus madres, no comprendo como pueden haber mujeres haitianas que se desprendan tan fácil de sus hijos tan pequeños", dijo la educadora.
El responsable de Migración en la zona Norte del país, Juan Isidro Pérez, dijo que en reiteradas ocasiones, ese organismo recoge a esos menores y los repatria a su país; pero, que al poco tiempo regresan y no lo hacen solos, sino que vienen con otros niños del vecino país.
Pérez manifestó que el problema es serio y grave, porque esos menores no tienen a nadie aquí, duermen en las calles, solares baldíos, casas y edificios abandonados y otros lugares, donde se exponen a todo tipo de abusos y riesgos.
Sostuvo que como se trata de niños que no tienen parientes en la República Dominicana, las autoridades migratorias tienen ser cuidadosas y su repatriación requiere más recursos que las que se hacen con los adultos.
En ese contexto, expone que para trasladarlos a la frontera para la posterior deportación a su país, a esos niños y adolescentes hay que garantizarles vehículos confortables, meriendas y a los más pequeños hay que suministrarles leche y disponer de un personal femenino que se encargue de atenderlos en el trayecto.
También reveló que muchos son traficados al país con enfermedades crónicas, por lo que es necesario ofrecerles atenciones médicas especializadas antes de proceder a devolverlos a Haití.
La fiscal del Tribunal de Niños, Niñas y Adolescentes, Antia Beato, declaró que el problema de los niños de origen haitiano que deambulan por las calles de Santiago y otras ciudades del norte del país es grave.
Beato afirma que como se trata de niños y adolescentes que han ingresado clandestinamente a territorio dominicano, procedente de otro país, el fenómeno tiene un componente migratorio, por lo que esa institución en ese caso por sí sola no puede actuar.
Tráfico inhumano
El jesuita Regino Martínez, coordinador de Solidaridad Fronteriza en la provincia de Dajabón (fronteriza con Haití), una organización no gubernamental que defiende los derechos de los inmigrantes haitianos en el país, denunció que el tráfico de menores de nacionalidad haitiana es grave e inhumano.
Asimismo, dijo que ese tráfico se produce con la complicidad de muchos militares que reciben sobornos de los traficantes de personas a través de la frontera.
Martínez criticó a las autoridades haitianas y dominicanas, porque a su juicio no se han puesto de acuerdo para detener tan criminal práctica y dijo que los niños son víctimas de abusos por parte de los traficantes haitianos y dominicanos.
En ese orden, comentó que sus padres en Haití se desprenden de sus hijos, muchos de ellos todavía amamantados, pensando que aquí tienen mayores posibilidades de subsistencia; pero, al llegar se encuentran con el triste drama de que tienen que dormir en las calles, en solares baldíos, casas abandonadas y, además, se exponen a la persecución constante de las autoridades y a los maltratos de algunas personas.
En Haití no los quieren
Joselito Pié, un menor haitiano de 12 años de edad que ha sido repatriado tres veces desde la ciudad de Santiago, dice que en la República Dominicana la gente le da comidas, ropas, dinero y cuando se enferman los ayudan para que visiten los hospitales, pero que en Haití las cosas cambian.
Mostrando una sonrisa angelical y haciendo gestos que denotan su inocencia, Pié expresó que cuando son repatriados hacia Haití, los dejan en la ciudad de Ouanaminthe, pero que como no tienen familiares allí optan por quedarse en el parque.
Sin embargo, añade que la Policía haitiana los desaloja y los lleva a la orilla de río Masacre que separa a ese país de la República Dominicana.
"Los policías haitianos son malos, nos dan con palos y con cables eléctricos y nos dicen que de la misma forma que llegamos a la República Dominicana que lo hagamos nuevamente, pero que allá (Haití), hay demasiados problemas para tener muchachos andando sin rumbo por las calles”, contó cuánto les reprochan los agentes de la Policía haitiana cuando llegan repatriados.
Pero, el caso de Rean Simé, un jovencito de 14 años es más patético. Nativo de Trou del Nort, un empobrecido pueblo haitiano, donde el 90 por ciento de la población está desempleada y apenas un dos por ciento de los niños con edad escolar pueden acudir a una escuelita que llega al segundo grado de la primaria, señala que su vida en Haití ha sido muy accidentada.
A pesar de que no sabe leer, ni escribir, Simé muestra una gran inteligencia mental y con gran nostalgia recuerda que su padre murió y su madre enviudó con siete hijos, todos pequeños, siendo el segundo del grupo.
Reveló que como pasaban mucha hambre cuando tenía once años, junto a su hermanito mayor que en ese entonces tenía casi 13 años, visitaban el mercado del pueblo para robar guineos, mango y aguacate y que cuando le iba bien les llevaban a sus otros hermanos y a su madre que esperaban por ellos, pero cuando fracasaban en sus intentos, todos se acostaban con hambre.
Un mal día, según cuenta, “nos atraparon porque no sabíamos que nos estaban acechando. La gente nos dio muchos golpes, llamaron a la Policía de Haití y nos llevaron presos. En el cuartel duraron de Trou del Nor duraron tres días pegándonos con palos y cables eléctricos y luego nos mandaron a una cárcel junto con delincuentes adultos".
Subrayó que en el recinto carcelario de Cabo Haitiano, segunda ciudad de Haití donde guardaban prisión los presos, los violaban sistemáticamente, lo golpeaban, aunque admite que muchas veces consentían tener sexo a cambio de comidas que les ofrecían algunos reclusos.
Revela que junto a su hermano permanecieron casi dos años recluidos en el recinto carcelario de Cabo Haitiano, hasta que una de las instituciones que trabaja por la humanización de las cárceles en Haití gestionó su libertad.
Sin embargo, Simé refiere que cuando llegaron a su casa, su madre, por influencia de un hombre con el que se había unido maritalmente tras la muerte de su padre, lo echó de su lado y se mudaron a Cabo Haitiano, donde pernoctaban en las calles.
Conforme a su relato, como tenían tres días que no comían, "porque en Haití la gente es muy distinta a la de la República Dominicana, pues los ricos prefieren botar la comida que le sobra antes de dársela a los pobres”, su hermano aprovechó un descuido de la dueña de una fonda (negocio de venta de comidas) y se robó un plato de arroz, habichuelas y carne de pollos que estaba reservado para un vendedor de frutas del mercado.
Simé narra que la dueña al enterarse de lo sucedido dio la voz de alarma y un grupo de personas los persiguió, logró atrapar a su hermano mayor y lo lincharon en presencia de agentes de la Policía.
Refiere que escondido en Cabo Haitiano, se las ingenió para llegar hasta Ouanaminthe, una ciudad haitiana cerca de la provincia dominicana de Dajabón y que aprovechó un lunes que se celebraba el mercado binacional fronterizo para cruzar a territorio dominicano.
Al llegar a Dajabón, se escondió en una casa en construcción. Durante el día pedía comidas y agua en los restaurantes, casas y supermercados y que alguna gente le daba dinero para que le hiciera mandado y les limpiara el patio de su casa.
Con el dinero que reunió, Simé logró llegar a Santiago, donde asegura que las cosas son muy distintas a las de Haití y afirma que prefiere morir, antes de volver a su país y que por eso trata de no dejarse agarrar de la “Migra” (Migración).
No obstante, explica que en Santiago no roba porque la gente es muy humanitaria, pero refiere que usa muchos trucos para sensibilizar a las personas y de esa forma le dan dinero, ropas, comidas y hasta dormitorio.
El menor termina su historia aclamando: “Por qué no traen a todos los niños haitianos para la República Dominicana, porque aquí le dan comidas y ropas y allá no”.