En la década de los años 1940, yo residía en una casa de dos pisos en la calle José Trujillo Valdez, a pocos minutos de la ribera del sereno río Higuamo, en San Pedro de Macorís. Desde el balcón me deleitaba observando los preciosos atardeceres.
Un sábado en la mañana, cuando iba a pescar al muelle de madera, veo un grupo de braceros portuarios muy atentos escuchando a un espigado y fornido hombre que gesticulaba con una expresión adusta en el rostro, la cual reflejaba el disgusto en su estado de ánimo. La voz firme y sonora, con palabras de verdad y fluidez penetrante, criticaba ante sus interlocutores el abuso que el patrón cometía con los obreros y les conminaba a unirse sin miedo por la misma causa, ya que según sus palabras, no tenían nada que perder.
Urgía sacudirse del yugo de hambre y opresión.
No aguanté la curiosidad y le pregunté al muellero Juancito alias, “Come Arepa”, quién era ese hombre. Me mira sonriente y me dice: “Es Mauricio Báez, el que sabe qué hacer para dejar el hambre, ese no tiene miedo, ya el coronel Berroa lo había metido preso varias veces y viene con más fuerza, el sufrimiento lo fortalece”.
Me entusiasmé y seguí escuchando al líder de los obreros portuarios durante varias noches, sentado en un barco de madera; igualmente junto a los muelleros aplaudía en el sindicato que estaba cerca del barrio llamado “ La Arena ”. Poco me faltó para ser un muchacho de esos que narra la historia que han sido atraídos por las grandes causas, y se han mezclado con los hombres en las grandes luchas libertarias. Realmente, no seguí ese camino tortuoso y bienhechor. Sólo Dios sabe.
Muchas veces me he preguntado acerca del encuentro con Mauricio Báez, tal vez lo que me atraía era el verbo de cambio social del líder obrero, o me dolía la vida de aquellos siempre sudorosos y tristes hombres. También, ya a los 15 años de edad, yo era un sufrido que junto a mis amigos del puerto cargaba trozos de pesado y duro Guayacán, desde un vagón y los llevábamos a mano al almacén J.W. Tatem. También descargaba un camión lleno de madera que venia de los aserraderos Santelices, de la provincia Santiago; por esta dolorosa faena que pelaba el hombro pagaban RD$0.25 centavos a cada uno de los cuatro que llevábamos la madera al almacén. Con este dinero compraba libretas y lápices, así estudié el bachillerato.
Creo que ir creciendo en esta pobreza era lo que realmente me impulsaba a oír a Mauricio Báez. No olvido que pensaba y me atribulaba. La necesidad y el deseo de estudiar era el motivo de buscar aquello que constituye el sentido de la vida, su significado me llevó a oscuros pensamientos, como Schopenhauer filósofo del pesimismo, quien en la búsqueda de su ser, tratando de ir mas allá, en ese huracanado mar, escribió: “Los hombres nacían para ser consumidos por las penas al igual que las moscas para ser devoradas por las arañas”. Así era su mundo perseguido por maléficos pensamientos por todas partes. Todo le presagiaba lo malo.
Debemos pensar en nuestro silencio que venimos de Dios y hacia El vamos a diario. Dios resuelve nuestros problemas.
San Agustín disertaba: “Dios estará siempre presente y prevenido para librarnos de todos nuestros lamentables extravíos” y oiremos su voz: “Corred el camino que yo os iré sosteniendo, yo os conduciré hasta el fin y os colocare en donde deseáis”.