La sintomatología sugiere que Álvaro Uribe no sólo fue infectado por el virus de la gripe AH1N1, sino que también ha contraído el síndrome del imprescindible, que lo despierta todas las mañanas haciéndole creer que sin él no hay futuro promisorio para Colombia. ¡Qué lástima!
Se coloca al borde de una barranca uno de los prestigios mejor labrados desde una gestión presidencial en los últimos años.
Un altar de firmeza, compromiso programático, antipopulismo, racionalidad, inicia su indetenible derribo. Es mucho lo que perderá la política cuando Uribe pase a ser uno de los del montón de demagogos dispuestos a sacrificar todo lo que haya que poner en juego en aras de la permanencia en el poder.
¿Qué le suma una “victoria”, después de un parto tan traumático que ha pasado por la aprobación de dos cámaras, con las consabidas denuncias de soborno, que está pendiente del zarandeo en la Corte Constitucional y en la Suprema Corte de Justicia, y que finalmente tiene que someterse a referéndum?
Absolutamente nada. En los dos períodos que tendrá cumplidos para el 2010, el presidente Uribe ha rendido su mejor jornada.
Ha restablecido el sentido de la autoridad, ha llevado sosiego a las familias colombianas y un clima favorable para la pujanza de la economía, ha reestructurado el gobierno tal y como lo prometió, ha llevado a las FARC a una situación de repliegue y ha encarado el narcotráfico.
Le sobra popularidad y respaldo para conseguir lo que se proponga, pero es ahí donde le está faltando a esa grandeza que le suponíamos los que le admiramos dentro y fuera de las fronteras colombianas.
Clase aparte sigue demostrando desde Brasil, el presidente Luis Ignacio Lula Da Silva, que con números que superan los que han animado al presidente Uribe a comportarse como un Hugo Chávez, ha dejado claramente establecido que no tomará ese camino.
No hay dudas que las masas seguirán a Uribe hasta donde éste las quiera conducir, pero son muchas las cabezas pensantes que después de haber hecho causa común con él apoyando su primera repostulación, se han aislado de esa aventura advirtiéndole a lo que se arriesga y a lo que expone a su país.
Son lapidarias estas expresiones de Sergio Ramírez: “De acuerdo con la tradición agitada del continente, toda reelección ha dejado siempre un rostro negativo de violencia y desconcierto, quizás porque la voluntad arbitraria sigue oponiéndose tercamente al ideal de nuestra historia, y lo que se consuman son siempre los hechos aciagos. Pero el ideal suele volver por sus fueros, y nunca de manera pacífica ni ordenada. Es una especie de cadena perpetua que va repitiendo sus eslabones, como si nunca se aprendiera de las lecciones de la realidad”.
Iniciativas como la que permite que Estados Unidos establezca siete bases militares en Colombia, podían encontrar sólidas justificaciones en la carencia de recursos que tiene esa nación para hacerle frente a las guerrillas más anacrónicas del mundo y a su lucha contra los más poderosos cárteles de las drogas, pero además para prevenir las intromisiones y bravuconadas de un megalómano vecino que ha estado derrochando una gran fortuna en armamentos, y de otros mandatarios, cuyos vínculos con las FARC han sido probados.
Pero al ligar decisiones como esas con la persecución de un continuismo sin atenuantes, Uribe merma sensiblemente su credibilidad. No hay que ser adivino para ver que está desechando la gloria y que la puerta que ahora que intenta forzar para quedarse, lo puede conducir a un final despreciable.