Muchas veces, en estas mismas líneas editoriales, hemos dedicado un sinnúmero de reflexiones a esos tres elementos que, entre otros, provocan el crecimiento del número de hambrientos en el mundo y que son el alza a los precios de los alimentos, el arrendamiento de tierras en los países en desarrollo por naciones desarrolladas, a fin de prever su propia seguridad alimentaria futura, en desmedro de los demás, y la necesidad de replantear el tema de la agricultura como solución posible para las mayorías, pero con el inconveniente del cambio climático que sufre el mundo.
Para el relator especial de Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación, Olivier de Schutter, la paradoja mayor se presenta en el hecho de que nunca se produjo tantos alimentos como en el último año y, sin embargo, “el número de seres humanos que padece hambre crónica es más elevado que nunca: mil 20 millones de personas, una sexta parte de la población mundial”.
Vale recordar aquí la frase con la cual el presidente de la Sociedad Internacional de Bioética (SIBI), Marcelo Palacios, califica el hambre y la pobreza: “una forma de violencia social permanente" y "asignatura pendiente de la divinidad humana".
De Schutter comentó a La Jornada de México que “la crisis provocada por el alza en el precio de los alimentos no ha terminado” y aseguró que son imprescindibles acciones globales que limiten los riesgos derivados de la especulación financiera con granos, una de las causas del disparo en la factura alimentaria”.
De “producción incluyente”, “elevación de los ingresos de pobres” y otros retos, habla el especialista, quien reitera lo que muchos con poder en el mundo incumplen o impiden que se realice como debe ser: el derecho a la alimentación de todos y todas, y “hacerlo sobre la justicia social. Porque es la pobreza y no un desajuste entre oferta y demanda, la que explica que haya hambre en un mundo de abundancia”.