Está harto demostrado que la corrupción no es exclusiva de ningún género, parcela política o nacionalidad. A cualquiera le llega la tentación de buscar beneficios con acciones no santas, deshonestas.
Si uno busca los datos, los índices de corrupción en la función pública, en los partidos, se da cuenta que están muy, pero muy alto, más cuando esos índices son de corrupción por sobornos.
Dicen que la diferencia entre un Estado sólido y uno con tendencias fallidas es la respuesta que da a las corruptelas.
Algo parecido sucede en nuestra media isla, no desde ahora, sino desde antaño. Hemos visto crecer la impunidad, la cual nos ha generado un desencanto grotesco con las instituciones y los políticos.
Pero, hemos llegado al extremo, quizás porque no se avizora ningún cambio, sí, al extremo, que nos muestra un cinismo que está haciendo de la ilegalidad un estado cotidiano.
Periodistas y medios dominicanos responsables han puesto al desnudo, en diferentes oportunidades, operaciones ilegales, indelicadezas de funcionarios, que en cualquier país de estándares de apego a la ley los habrían puesto en la cárcel o le habrían marcado el final de sus carreras políticas.
Uno se pregunta ¿Por qué hemos fallado en prevenir o castigar estas actitudes? Por complicidad, favoritismo e intereses personales y políticos.
A los dominicanos nos obsesiona, nos gusta seguir hasta el delirio el comportamiento los estándares de Estados Unidos. Cuando visitamos cualquiera de sus estados, o por las razones que fuere nos vamos a vivir a él, somos cumplidores de sus leyes, de sus reglas.
Los estadounidenses velan, les importa preservar el imperio de la ley, hasta en sus series de TV, muestran la visión en la que los malos serán descubiertos y castigados por un sistema judicial imparcial. ¡Sigamos su ejemplo!
Por solo citar algunos casos, miren el juicio al ex gobernador de Puerto Rico, Aníbal Acebedo, por pequeñas cosas, diría un dominicano, fue llevado a juicio; o la primera cirujana general boricua o el primer puertorro en dirigir una capital estatal, por pequeñas cosas han caído, diría alguien, sus caídas han sido por “pequeñas” cosas, como compras en Saks, remodelaciones caseras, irrespeto a los subordinados y búsquedas de gangas a través de compromiso con sus compinches.
Han caído por actos banales.
También recuerdo el alcalde, o síndico para el dominicano, que fue a prisión por malversar $ 600 dólares en un acondicionador de aire. O el boricua, alcalde de Passaic, Nueva Jersey, Samuel “Sammy” Rivera, destituido de su cargo y preso por corrupción.
Y más recientemente el caso del gobernador de Ilinois, Rob Blagojevich, destituido de su cargo, acusado de corrupción y prevaricación por querer vender el escaño que dejó vacante el hoy presidente de EEUU, Barack Obama. Este es el octavo gobernador de la historia de EE.UU, en ser sometido a un juicio político y ser cesado de su puesto mediante ese proceso.
Y que se sepa, no pretendo que idealicemos a EE.UU y la coloquemos como la tierra de la perfección, no, porque todos sabemos de sus imperfecciones, de sus terribles deficiencias.
Sólo que la diferencia con países como el nuestro es que cuando alguien viola la ley y es descubierto, paga caro sus fechorías.
Y que no importa que sean crímenes de “cuello” blanco, o actos banales, minios, pequeños, cualquiera piedrecilla de corrupción, soborno, o lo que sea, es sancionado, pagan con la cárcel.
¡Sigamos ese ejemplo!
El autor es periodista
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