Vlora (Albania).- Centenares de toneladas de inmundicias arrojadas a lo largo de la inexplorada costa albanesa y una construcción desenfrenada están poniendo en peligro el incipiente turismo en este país mediterráneo.
En la bahía de Vlora, donde se junta el mar Adriático con el Jónico, la naturaleza se ha mostrado muy generosa ofreciendo al turista una extraordinaria y exótica belleza, pero la actuación humana ha sido desastrosa para el entorno.
Los turistas, en estos días de otoño, pueden aprovechar el sol aún cálido y darse chapuzones en las playas desiertas de Radhima, que se extienden a los pies de altos montes que rodean este golfo.
El largo aislamiento de Albania en la época comunista, (1944-1990) salvó los 360 kilómetros de la costa albanesa de masivas construcciones de hormigón y no abrió la perspectiva al desarrollo del turismo hasta muy recientemente como una de las principales fuentes de ingresos para la paupérrima economía nacional.
Pero ahora esta belleza natural ha sido dañada casi irremediablemente al convertirse en un vertedero de basura, con botellas y bolsas de plástico, neumáticos de automóvil, baterías y hasta animales en estado de descomposición por doquier.
Estos objetos "decoran" las playas de blanca arena y las rocas de los acantilados desde Vlora hasta la Bahía sudoriental de Oriku, donde está situada la mayor base naval de Albania.
Al lado de la carretera perros, vacas, burros y gatos tratan de comer los restos de alimentos que se han desbordado de los escasos contenedores de basura a lo largo de la carretera costera.
La recolección de la basura en Albania es aún muy primitiva, ya que la mayoría de los desperdicios es quemada a la intemperie y emite así humos tóxicos para la población. Sólo un 7 por ciento de los plásticos es reciclado.
"Estamos viviendo una crisis ecológica. Las playas abiertas están contaminadas, los ríos, también. Un tercio de los bosques ha desaparecido y hay menos animales en ellos, mientras que en las redes de los pescadores se coge una décima parte del pescado de antes", dijo a Efe Xhemal Mato, un ambientalista y director del grupo ecologista "Ekolëvizja".
El experto considera que la situación es "dramática" y afirma que la contaminación, además de perjudicar la salud pública, impide el desarrollo sostenible del turismo, uno de los principales puntales de la economía del país.
Unos 2,5 millones de turistas visitaron el año pasado Albania, la mayoría de ellos albaneses de Kosovo y Macedonia, y trajeron casi 1.000 millones de euros, superando así las remesas de los emigrantes albaneses.
Mato sostiene que la degradación del medio ambiente ha ido precipitándose en los últimos 20 años de la democracia porque ninguno de los gobiernos, ni de derechas ni de izquierda, ha tenido como prioridad su protección.
Ávidos de enriquecerse rápidamente, los albaneses construyeron sin ningún criterio miles de edificios, hoteles, bares y restaurantes con desagües sin tratamiento que desembocan al mar, con el consiguiente deterioro para la calidad del agua en las playas.
Según datos oficiales, de los 760 hoteles abiertos al turismo en la costa occidental, sólo una veintena ejerce su actividad de forma legal.
Muchos están construidos de forma abusiva sobre la arena y en terrenos expropiados ilegalmente a sus propietarios de los tiempos del régimen comunista.
Pero quizás lo más escandaloso son los cientos de edificios a medio construir, a menudo por falta de capital, que afean la costa.
"El turismo en Albania está hecho por aficionados. Faltan escuelas de turismo. No hay tradición y todo se improvisa, denuncia Sava Bardhi, gerente de la agencia de viajes "Sava Tours".
Por ello, la categoría de turistas que viene a visitar el país mediterráneo es variopinta.
Son intelectuales, arqueólogos, periodistas e historiadores, sobre todo de Alemania, Holanda y Austria, cuya curiosidad procede de los libros que han leído, afirma Sava.
Pero agrega que pese al desastre medioambiental al final casi todos se marchan contentos y se llevan buenos recuerdos de la hermosa naturaleza y la buena comida que ofrecen los albaneses. EFE