Lo terrible ocurre cuando las amenazas se convierten en realidades. Esto acontece cuando casi termina el año 2009, y la República Dominicana alcanza más de una treintena de víctimas del Dengue, entre ellos niñas y niños y se presume que miles de personas más están infectadas en el país.
Cuando se hablaba de evitar una epidemia como esta, parecía una realidad lejana; ahora, hasta la más mínima manifestación de estado febril es una causa para, no sólo sospechar, sino recurrir cuanto antes a las consultas médicas.
Siempre repetimos en estas líneas, hasta el cansancio, la necesidad de prever y adecuar las medidas sanitarias que posibiliten a las familias dominicanas estar fuera del alcance del mosquito Aedes Aegypti, transmisor del Dengue.
Invertir en fumigaciones y campañas educativas que ayuden a destruir “los nidos” oscuros y malignos donde se reproducen los mosquitos, es apenas un paso que impediría el costo supremo de las vidas humanas y, desde el punto de vista económico, costaría menos.
Ni hablar de las emergencias y salas de clínicas que en estos días no dan abasto. ¿Qué decir de la tensión familiar por la salud del ser querido que peligra hasta el máximo, o del dolor por las pérdidas?
El Dengue es una realidad que consterna y ocupa. Quizás con intensivos y medidas extraordinarias puedan evitarse más víctimas, pero no es mañana, ni mucho menos después. Es ahora, o nunca.