El poeta Isael Pérez ha construido uno de los imperios intelectuales mas significativos de nuestra América en los últimos 200 años, un auténtico imperio quisqueyano, un imperio de prosas y versos. Junto a El, porque era imposible hacerlo sin ella, esta Oneida Gonzáles, quien a partir de ahora será Oneida La Grande.
Es un gran terror para un escritor asistir a un lugar donde se hablará de su obra, sobre todo en escuelas, liceos o universidades, sin que la misma sea conocida por los estudiantes. Uno llega allí y nadie ha leído la obra, entonces el espacio se llena de preguntas tontas, y muy tontas: ¿En qué se inspiró para escribir la obra?, pregunta el primer estudiante. ¿Cómo se inspiró?, pregunta el segundo y, ¿En qué se inspiró?, pregunta el tercero, olvidándose de que ya esa pregunta se había hecho. Ya ustedes se imaginan el murmullo que allí nace y la frustración colectiva en que todo termina.
El dilema era que los estudiantes no habían leído la obra y eran llevados al debate como un conjunto de idiotas que debían tener el coraje para demostrar que lo eran. Avergonzados por estar allí sin saber qué preguntar, avergonzados porque el autor, en busca de preguntas, los miraba amenazante y, avergonzados por no encontrar la forma de cómo no hacer quedar mal a su profesor, preferían quedar mal ellos y hacer las preguntas aunque fuesen idioteces.
Para mí aquel espectáculo era realmente degradante y me preguntaba por qué teníamos que ser parte de algo tan inhumano y doloroso, tan indigno y tan deshonesto. En diciembre de 2005, surgió el milagro que le podría fin a esa tragedia. Junto con Avelino Stanley fuimos llevados al Liceo Scientifico AME Agnoleti, en Campi Bisenzo, Firense, Italia. El evento lo organizaron la profesora Samantha Patrizia Taruffi, quien comandaba a los estudiantes, y María Antonietta Ferro, quien, como luz de nuestras voces, traduce la literatura dominicana al italiano.
Con los estudiantes debatiríamos la maravillosa novela “Arrivero in capo al mondo”, de Avelino Stanley, y el cuento “Vacío y dolor”, publicado en el libro “Sinfonía del Águila” de Miguel Solano, que soy yo. Aquella experiencia borró todos los malos momentos del pasado, fue la iluminación de lo que se debe hacer, siempre. El debate estuvo iluminado por el conocimiento cabal que tenían los estudiantes del carácter de los personajes, del tema y del área geográfica en el que los eventos se desarrollan. ¿Cuál era el misterio? ¿Cómo era posible sostener un debate donde no se hiciesen preguntas tontas?
El misterio se llama sentido común: Los estudiantes habían leído las obras, conocían a sus personajes, el tema, el tiempo y el espacio en el que se desarrollan los dramas. Allí se hablo de las obras, como debe ser.
Cuando regresé al país empecé a hablar con el poeta Isael Pérez, quien tiene una especie de antena capaz de detectar, en giga segundos, las buenas ideas. Me entendió con facilidad y puso a su imperio, a la Editorial Santuario, a ejecutarlas.
Oneida La Grande salió a las calles a contactar liceos, colegios, universidades, profesores y directores. Y los éxitos son tan grandes que hay que vivirlos para creerlos, vivirlos para contarlos. Santuario a demostrado que por el hecho de que los estudiantes viven en lugres muy pobres eso no los convierte en seres estúpidos, que todo cuanto hay que hacer para que respondan bien, y muy bien, es darles el tratamiento indicado, hacer el proceso como manda el sentido común, como lo ordena la dignidad humana.
Es cierto que Oneida La Grande se ha encontrado con profesores y directores que tienen las puertas de sus corazones y las ventanas de sus ojos cerrados, pero eso no la detiene, lo asume como una jornada normal de trabajo. Oneida La Grande les lleva las obras, los estudiantes la leen y luego vamos los poetas y narradores a discutirlas con ellos.
Aún no he visto a un solo estudiante hacer una pregunta estúpida; y aun no he visto a un solo estudiante con su rostro lleno de vergüenza porque no sabe de lo que se va a hablar, sino que todos nos esperan con la alegría que produce el saber que la inteligencia ha sido cultivada, con honor, con devoción, con amor.
La compenetración de los estudiantes con los personajes los acerca tanto al autor que produce destino el contactarlos. La semana pasada estuvimos en Pantoja, atendiendo una invitación hecha por la profesora Seilin Altagracia Sirett, la Directora Alejandrina Peguero y el Director Leonardo Peña. Junto a ellos la profesora Moraima M. Acevedo Campos, el profesor José Vicente Montero y un equipo de estudiantes integrados por Carolina Contreras, Yerkenia Pérez, Alberto Pérez y Ana Cristina Báez, constituyeron la corte de honor que organizó todo el evento.
Fue un milagro ver en un aula a 150 estudiantes quienes ya habían leído mi novela “Las lágrimas de mi papá”, un Santuario Beseler. Todos con preguntas, todos con divinas inquietudes y todos con una increíble capacidad para conceptualizar sus intimas interrogantes, sus cambios emocionales, la esperanza y los destinos que ellos les atribuyen a determinados personajes de los que se enamoraron.
Aún palpita en mi memoria, y posiblemente lo haga por el resto de mi vida, aquella estudiante que me preguntó sobre un personaje que aparece en el capitulo “La cruz del amor”. Cuando yo le respondí que jamás la había vuelto a ver o a saber de ella, entró a mi corazón para compartir mi dolor y mientras las lágrimas les corrían por sus venas, se susurraba:!Ay……!
Yo no fui el único que disfruté de ese privilegio, conmigo andaba el narrador Don Manuel Salvador Gautier. Lean su testimonio, que ilumina como una luna que pasa:
Se llama Colegio Evangelina y se encuentra ubicado en el barrio de Pantoja, formado en los años 90 en los alrededores del batey de Palmarejo, por el kilómetro 18 de la autopista Duarte, sector conformado c0n las familias pobres que desalojaron en Cristo Rey para construir allí multifamiliares. Llegamos por calles sin pavimento que parecían callejones, donde sólo pasa un vehículo. Solano, para dejar pasar a los otros vehículos, estacionó pegado a una venta de frutas y verduras y el dueño pidió que lo hiciera más atrás para tener libre acceso a su negocio, solicitud que complació con gusto el poeta y narrador. Entramos por una puerta construida para satisfacer los exigentes criterios de seguridad, la puerta da a un pasillo, también vinculado al mismo criterio, que accede a las aulas del primer piso. Nos recibió la Directora, Alejandrina Peguero, y la profesora que comandaba a los estudiantes: Seilin Altagracia Sirett
Subimos por una escalera por donde sólo cabe una persona y llegamos al aula donde se encontraban los estudiantes de tercer, y cuarto nivel de bachillerato, con los cuales tendría el encuentro literario. Había unas mesas largas con manteles en una de las cuales estaban colocados platos con picadera, lo cual indicaba que habría un brindis al final del encuentro. En una pared, había colocado un panel con las fotografías y datos curriculares de Solano y míos. Todo había sido preparado para un gran recibimiento. Los maestros querían distinguirnos. Miré hacia el grupo de estudiantes que se encontraban en el aula. Delante, había amontonado un grupo de muchachas y en el fondo, de muchachos. Lo típico, pensé. Los muchachos allá, que se acerquen, ordené, después de saludar y presentarme. Faltan estudiantes, dijo alguien. Efectivamente, al rato debía haber unos cincuenta estudiantes que llenaron el salón. Sentí que me miraban con curiosidad y expectación. Asumí enseguida mi papel de profesor universitario. Lo fui por casi cuarenta años. Vamos a ver, ¿cuáles son los que leyeron Serenata y cuáles Un árbol para esconder mariposas? Todos habían leído mis novelas, establecí contacto con cada uno. Lo que siguió fue una experiencia incalificable. Los estudiantes se había preparado y me bombardearon con preguntas que debían aclarar puntos que les interesaban: ¿Cómo escogí la historia en cada una de mis novelas? ¿Estas historias, eran vivencias personales? ¿Cómo un escritor se prepara para escribir una novela? En fin. Duré creo que dos horas discutiendo todos estos y otros temas. Como hago siempre, aproveché en estimularlos a escoger una vida que los llene de satisfacción. Al terminar sus estudios de bachillerato, tendrán que determinar lo que van a hacer. Lo que sea: trabajar o cursar una carrera técnica o universitaria, primero miren hacia dentro y analicen qué es lo que les guste hacer. No caigan en el gancho de complacer a papá o a mamá o de imitar a un amigo o una amiga. Hagan lo que sientan que quieren hacer para toda la vida. Al final, durante el brindis, los estudiantes se veían radiantes, contentos. Nos tomaron fotos, nos hicieron más preguntas. Creo que estos encuentros los hacen felices, a ellos, a los maestros y, por supuesto, a mí.