Casi concluye 2009 y un nuevo período se avecina con rapidez, en medio de tonos verdes y grises acelerados.
En algunas de las principales avenidas se exhiben nacimientos y adornos alegóricos, mientras que mucha gente afirma no sentir el espíritu navideño en sus almas.
Felipe Abreu, un chofer de taxi y padre de tres hijos, aún pequeños, habla con tono cansado de cuánto debe trabajar a diario para ganar el sustento de la familia. Encima, el asalto de que fue objeto en días pasados, le dejó con la amarga experiencia de pensar que su vida pende de un hilo.
Abreu habló con nostalgia de esos días en que la paz reinaba en su barrio: “humilde, pero seguro de verdad!, dijo, y comentó cómo los delincuentes emigran de un sitio a otro en el país y realizan sus fechorías”.
La prensa habla de secuestros y del indetenible tráfico de droga en las calles, cárceles y en el país en general.
Cada día aumenta el número de víctimas por accidentes en las vías, segunda causa de muerte en el país, precedida por los homicidios, recuerda el veterano chofer.
Los medios comentan, con razón, acerca del inalcanzable precio de las viviendas. Se menciona la construcción de nuevas cárceles y de la proliferación de bancas y sitios de juegos. Pero, nadie alude la culminación y construcción perentoria de escuelas y hospitales.
Los candidatos al poder político prometen empleos y programas sociales que establezcan profundas transformaciones en la salud, la educación y una atención priorizada a los envejecientes, convertidos una buena parte de ellos en menesterosos que esperan el mendrugo diario a través de la caridad, cuando en verdad esto debe ser prioridad del estado dominicano.
No se trata de lo temporal, si no de certezas. El año 2010 está a las puertas y no hay que olvidar que los hijos del chofer de taxi, y los de tantas familias necesitan una formación oportuna, consolidación de valores y un pensamiento que defienda la identidad nacional y la dominicanidad como deber ser.
Que un día amanezcamos sin el temor a las drogas, los homicidios y asaltos, sin muertes innecesarias en las vías, sin el dolor compartido de ver envejecientes y enfermos mentales en las calles, niños sin escuelas, enfermos sin tratamiento, si tantas penas.
Entonces, sólo entonces, dominicanas y dominicanos podrán disfrutar del espíritu navideño.