Cuando el pastor lee a Josué 1:9, y expresa: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas”, de inmediato añade las acciones que deberá llevar a cabo el pueblo de Dios para cruzar a través del río Jordán, de 360 kms de largo y una profundidad aproximada de 3.5 metros, para conducirles a la tierra prometida.
El reto no podía ser mayor para ancianos, mujeres embarazadas, menores y toda esa gran comitiva, quienes además de cargar sus pertenencias por las caudalosas aguas, debían portar el arca. De manera que Josué anima al pueblo a ser valientes y mantenerse unidos en la fe y el propósito que tienen ante sí, pues aunque Dios esté junto a ellos, de ese valor y entereza dependen los resultados.
El secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, puso a la luz lo que resulta una triste verdad: “los países en desarrollo tendrán que ceder en sus aspiraciones de alcanzar un acuerdo sobre el dinero que deben pagar los países ricos para combatir el calentamiento global”.
Fue este uno de los mayores obstáculos de Copenhague y, en verdad, no bastan las buenas intenciones, sobre todo cuando del cambio climático se trata. A la falta de consenso entre los ministros de Medio Ambiente y el descontento y tensión que reinó en la Cumbre, se adhiere lo que no resulta, pues “los que pueden, no quieren y los otros están incapacitados por sí mismos de salvarse”.
El problema es que el exterminio ambiental sería total, como el derrumbamiento de un juego de dominó, desde el primer país, hasta el último de este mundo, La naturaleza devastada no entiende de territorios ricos y pobres. La muerte de unos, sería la expiración de los otros.
¿Será que no existe la valentía y el propósito de “atravesar este Jordán” que implica salvar la tierra que habitamos desde hace siglos?