La República Dominicana asume, como Dios manda, su posición de territorio más cercano a la hermana tierra de Haití; declara días de duelo nacional en solemne expresión de tristeza por el terremoto que devastó a ese país y sirve de puente aéreo, a fin de posibilitar la recepción de ayuda humanitaria internacional, debido a las dificultades de operación en los aeropuertos haitianos, entre otras urgentes acciones.
Y mientras en Puerto Príncipe se entierran por miles las víctimas del evento sismológico, en los hospitales dominicanos se atienden a decenas de cientos de heridos haitianos que requieren servicios médicos e intervenciones quirúrgicas.
Toda asistencia y apoyo son pocos para asistir a quienes padecen las consecuencias de un terremoto como el que les sacudió el pasado martes. Pero, otra situación merece un análisis inmediato.
Aunque el presidente dominicano, Leonel Fernández, durante su visita la capital haitiana consideró que no sería masivo el flujo migratorio hacia la República Dominicana, otras fuentes, como la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), informan que se ha registrado un aumento del 10 por ciento en el número de haitianos que intentan cruzar la frontera, “principalmente personas que tratan de hacer pasar a sus familiares heridos”.
Es humanamente lógico que ocurra así en tales circunstancias; pero, para todos está claro que este país no tiene un sistema de salud capaz de asumir situaciones de este tipo. Hablamos de epidemias y contingencias que con vacunaciones y medidas oportunas podrían evitarse.
Corresponde, fundamentalmente, a dichos servicios sanitarios intensificar los esfuerzos por proteger, salvar y apoyar, sin relegar las condiciones preventivas que deben asistir a todo lo que sigue después de algo tan terrible como lo acontecido.
NO debemos lamentar males mayores y las experiencias indican que aquí se actúa cuando el problema se ha desatado. Lo importante sería prevenirlo, dentro de lo posible, y actuar mucho antes, no después…