Haití siempre ha sido el retrato de dos sociedades, una sumida en las condiciones más degradantes de la miseria, que orina y deposita sus excretas en las calles, a la vista de todos, y otra totalmente europeizada a la que ni siquiera le perturba el dantesco drama de la pobreza que le circunda.
El sismo que sacudió a Puerto Príncipe, el pasado martes, hermanó a ambas sociedades en la tragedia, evidenciando que todos los seres humanos, estamos expuestos al riesgo, que la vida es pasajera y que como establece la sentencia bíblica: “pues polvo eres y al polvo volverás” (Génesis 3:19).
Haití requiere de toda la ayuda que la comunidad internacional pueda ofrecerle para superar la tragedia y seguir adelante, pero esa ayuda más que a los principales afectados del terremoto, que lo que requieren es una pronta movilización de los escombros para hallar los cadáveres de sus seres queridos, aferrados todavía algunos a la esperanza de un milagros que se los devuelva con vida, está siendo esperada sobre todo por los damnificados y refugiados de siempre.
Hoy no hay ni más hambre, ni más miseria ni más carencias, que las que había antes del terremoto, que dejó las casuchas de cartón y de lona tal como estaban y concentró sus efectos destructivos en los sectores más privilegiados.
El sismo golpeó en forma inmisericorde la infraestructura gubermanental, arrasó con el Palacio presidencial y la mayoría de los ministerio, se llevó el Palacio de Justicia y derribó encima de los senadores el edificio del Congreso, pero los funcionarios sobrevivientes, entre ellos el presidente y el primer ministro padecieron otro percance, esa noche no encontraron donde recostar la cabeza porque sus viviendas también colapsaron, junto a las de centenares de haitianos ricos.
Se cayó el edificio de la catedral y se derribó el supermercado que simbolizaba el asintomático crecimiento económico.
El terremoto afectó a todos. Entre los muertos hay miles de empleados, así como turistas, dignatarios extranjeros y empleados de los hoteles que colapsaron, pero se cebó con los más poderosos, lo que hará inevitable la lectura de que portaba algún mensaje.
Los haitianos hoy están en mejores condiciones que nunca para propiciar la unidad que los lleve a trabajar en base a objetivos comunes, el primero de los cuales tiene que ser el de variar esa espantosa diferenciación entre el país que vive en las cavernas, más de un 80% de la población, y el de los que les sobra para la ostentación.
Sobre los cadáveres y el duelo, los haitianos se despertarán con grandes oportunidades para propiciar un cambio.
Gran parte de esa mano de obra ociosa que sale a buscar oportunidades, tendrá oportunidades de ocuparse en su propio país, puede que el auge de la construcción sea tal que una parte de los trabajadores que se han especializado en la República Dominicana, decidan retornar a su país.
Es una gran oportunidad para lograr la reestructuración urbana que han venido planteando algunos especialistas.
El terremoto no fue elección de hombres, se instaló con su catástrofe, y sus secuelas nadie las puede variar, lo que sí pueden lograr los hombres es que se aproveche para tornar menos azarosa la vida de un pueblo que ha vivido en la tragedia