Tras la celebración en la República Dominicana de la Cumbre “Unidos por un Mejor Futuro para Haití”, resulta muy certero el planteamiento del presidente Leonel Fernández de crear un comité permanente “que de seguimiento a las acciones de trabajo que deberán adoptarse para enfrentar de inmediato la problemática…”.
Convincentes también las frases del presidente haitiano René Preval, cuando asegura que: “La recuperación de Haití es responsabilidad de los haitianos”, y su proyecto de “reforzar las políticas económicas, crear más fuentes de empleos y mejorar la agricultura”.
Desde muchas partes del mundo, la solidaridad ha calentado los corazones del pueblo haitiano, a través del envío de dinero, alimentos, medicinas, oraciones, meditaciones y toda forma de Amor.
No obstante, este es también tiempo de reflexión. El articulista Emilio Carrillo escribe que “el riesgo de desastres es un proceso acumulativo en el cual se combinan tanto amenazas naturales o antrópicas con acciones humanas que crean las condiciones de vulnerabilidad”.
Según su criterio, los desastres “naturales” no existen porque sí: se producen como consecuencia de “acciones ligadas a factores económicos, sociales, culturales, ambientales y políticos-administrativos, que están relacionados a procesos inadecuados de desarrollo, a programas de ajuste estructural y proyectos de inversión económica que no contemplan un costo social ni ambiental”.
No se equivoca Carrillo en sus análisis. Sólo que, como también asevera, se requiere en esta reconstrucción haitiana de una nueva consciencia humana, donde la miseria y el hambre dejen de ser los presupuestos de una nación que se ubica en el lugar 150 (entre 177 países) por Índice de Desarrollo Humano (IDH), cuya esperanza de vida es de 52 años y 250.000 menores subsisten en pobreza extrema. ¿Se podrán eliminar estos padecimientos? De lo contrario habrá muchos más terremotos mortales en Haití y otras naciones semejantes.