Mientras por los cielos dominicanos sobrevuelan aviones de diferentes partes del mundo y criollos, para prestar ayuda de todo tipo al hermano pueblo de Haití, el desastre de la Cumbre del Clima desarrollada en Copenhague, en diciembre pasado, reafirma que el egoísmo humano sólo puede llevarnos a destrucciones y muertes seguras.
Consecutivamente, los 27 Estados miembros de la Unión Europea se unieron en una nueva Cumbre de ministros de Energía y Medio Ambiente, en Sevilla (España), donde resultó “espectacular”, como señalaron fuentes informativas, “el dispositivo policial, incluso con participación del ejército”, que se desplegó por toda la ciudad.
El asunto es que había muchas esperanzas cifradas en la cita de Copenhague, y su fracaso sólo logró profundizar el descontento y la falta de confianza, que se agudiza ante hechos como los que tienen lugar en Haití y que de seguir las cosas como están, se multiplicarán por el mundo, primero entre las poblaciones más míseras y depredadas; después, sin distinción, en todo el orbe. La madre tierra sufre y cobra los desafueros.
Los movimientos sociales demostraron su pesar y descontento a través de una cadena humana alrededor del FIBES (Palacios de Congresos Andalucía), donde tuvo lugar la cita.
Las voces repetían: “¡fuera ministros de Medio Ambiente de la UE! Por los Derechos Humanos, la Libertad de Expresión y en defensa del Medio Ambiente y la Madre Tierra”.
En este “Año Internacional de la Biodiversidad”, se deben multiplicar los objetivos para detener la pérdida de la diversidad y la extinción de especies.
Ya es hora de que se hable, no de nuevas cumbres, o de incipientes estrategias europeas, norteamericanas, asiáticas y en definitiva, mundiales. Se debe ir más allá de los debates sobre la situación real del cambio climático y la influencia de este sobre el ser humano. Se necesitan resultados, acciones contundentes e inmediatas.
Haití es sólo una visión de cómo puede quedar el mundo. Entiéndase bien: el mundo de todos y todas, no de los más pobres solamente.