Mucha es la fe que sustenta la vida de las familias dominicanas, en cuya historia la madre de Jesús irrumpe como parte de su cultura, tradiciones, leyendas y expresión de identidad nacional.
La Virgen de las Mercedes es la Patrona del pueblo dominicano, su protectora es la Virgen de la Altagracia, “representación feliz del misterio de la Maternidad Divina de María. Esa es la Alta Gracia”. Los colores de la bandera dominicana están presentes en ella, como sello de identidad.
En su cabeza se observa un resplandor tocado por doce estrellas, sostenida majestuosamente por una corona dorada.
¿Cómo espera el pueblo dominicano un nuevo día de conmemoraciones a la virgencita de la Altagracia?
Aunque el país se debate entre la violencia y el creciente narcotráfico, junto a las carencias y otros males que azotan a la nación, este 21, el templo de la Virgen de la Altagracia tendrá las voces unidas de cuantos concurran al lugar, para elevar ante todo sus más profundas oraciones por quienes perdieron sus vidas durante el terremoto del 12 de enero en Haití, por los convalecientes, los desaparecidos. En definitiva, por los que sufren…
Un poco de historia.
Fuentes históricas apuntan que en el año de 1502 ya se daba culto a la Virgen Santísima bajo la advocación de Nuestra Señora de la Altagracia en la Isla de Santo Domingo. Se habla del cuadro pintado al óleo, traído a Higüey por los hermanos Alonso y Antonio de Trejo, españoles nacidos en Extremadura.
El 12 de mayo de 1512, el obispo de Santo Domingo, García Padilla, erigió la villa de Salvaleón de Higüey en parroquia. Entonces, los Trejo donaron la imagen de la Virgen para que fuera venerada por todos. Se denominaba a la Parroquia de la comunidad “Casa de nuestra Señora”, en ese entonces construida de tablas de palma, techada de cana y piso de tierra. Apuntan que el quinto abuelo del Libertador Simón Bolívar fue su mayordomo de cuidado en 1569. En 1572 se terminó el primer santuario altagraciano y en 1971, se consagró la actual basílica.
Luis Gerónimo de Alcócer escribió en el año de 1650, un testimonio que conserva la Biblioteca Nacional de Madrid, donde se lee: La imagen milagrosa de Nuestra Señora de la Altagracia está en la villa de Higüey, como treinta lenguas de esta ciudad de Santo Domingo; son innumerables las misericordias que Dios Nuestro Señor ha obrada y cada día obra con los que se encomiendan a esta santa imagen; consta que la trajeron a esta isla dos hidalgos naturales de Placencia, en Extremadura, nombrados Alonso y Antonio, de Trejo que fueron de los primeros pobladores de esta isla, (…).
También los puertorriqueños han expresado su devoción por la Virgen de la Altagracia desde principios del siglo 17, según registran autores, debido al temor a piratas y por transitar el Canal de la Mona, siempre lleno de peligros, sobre todo en aquellos tiempos, cuando eran ellos quienes viajaban a la República Dominicana en busca de trabajo y mejores esperanzas de vida.
Antonio Cuesta Mendoza escribe en el tomo II de su Historia Eclesiástica de Puerto Rico: "De muy antiguo debió haver devotos en esta advocación pues ya para el 1647 le habían erguido una ermita particular [en la villa de San Blas de Coamo]".
Se plantea que la derrota de los franceses, por parte de los españoles, en la histórica batalla de la Sabana Real de la Limonade, el 21 de enero de 1690, inició la celebración de su fiesta religiosa ese día, en vez del 15 de agosto, como era la costumbre. En 1692, el arzobispo Isidoro Rodríguez Lorenzo escribió una carta dirigida “a todos los fieles cristianos, estantes y habitantes, vecinos y moradores de este nuestro arzobispado” donde por primera vez aparece una autoridad eclesiástica aprobando como válida la fiesta de los 21 de enero.
A principios del siglo XX, Monseñor Arturo de Meriño, Arzobispo de Santo Domingo, solicitó a la Santa Sede la concesión de Oficio Divino y Misa Propia para el día de la Virgen de la Altagracia, pidiendo, además, que fueran en los días 21 de enero, ya que los 15 de agosto la Iglesia Católica celebraba el Misterio de la Ascensión de la Virgen a los Cielos. Tal solicitud fue aprobada y la concesión resultó efectiva para toda la Arquidiócesis de Santo Domingo. Durante el gobierno de Horacio Vásquez fue declarado oficialmente el 21 de enero como día no laborable y de fiesta nacional en todo el territorio.
La imagen de Nuestra Señora de la Altagracia fue coronada en dos ocasiones: el 15 de agosto de 1922, en el pontificado de Pío Xl, sobre el Baluarte 27 de Febrero o Puerta del Conde, en la capital dominicana. En esa ocasión fue traída desde su Santuario de la Villa de Higüey. Se precisa que la joya de mayor valor histórico y material con que cuenta el santuario, es la corona de oro y piedras preciosas, rematada en una cruz de diamantes que sostienen dos ángeles de oro macizo, de siete filos de peso, confeccionada con el oro y alhajas donados por el pueblo dominicano para su Canónica y Pontificia Coronación, celebrada sobre el Altar de la Patria en esta fecha. Cincuenta y siete años más tarde, el 25 de enero de 1979, en su segunda visita al país, el Papa Juan Pablo II coronó personalmente a la imagen con una diadema de plata sobredorada, regalo personal y visitó a la Virgen, primera evangelizadora de las Américas, en su basílica en Higüey.
Higüey
Algunos autores reflexionan acerca de los términos Guey o Huiou que significan el sol en taíno. Geográficamente, Higüey se halla en la parte más oriental de la isla, región donde primero se saluda al sol naciente.
Es la capital de la provincia de La Altagracia y en ella se ubica la Catedral, Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia, primer santuario de América, donde cada 21 de Enero, todos los años, decenas de miles de personas rinden culto a su Protectora.
La leyenda
De generación en generación se narra la leyenda de la joven de Higüey que vio a la virgen en sueños. Así lo escribe Monseñor Juan Pepen en su libro. “Donde floreció el naranjo”. Relata a un padre que al salir de viaje tuvo la petición de la más pequeña de sus hijas para que le trajese una imagen de la Virgen de la Altagracia. Casi de regreso, y sin haber logrado este objetivo, se detuvo en casa de un viejo amigo y le contó sobre la Virgen que su hija le pedía. Un anciano que se mantenía silencioso en un rincón de la estancia, sacó de su alforja una pintura en lienzo, donde se observaba la preciosa imagen de María adorando al recién nacido que estaba a sus pies. “Una representación feliz del misterio de la Maternidad Divina de María. Esa es la Alta Gracia”.
Según cuentan, la joven recibió a su padre en el mismo sitio donde hoy se erige el santuario de Higuey y, al pie del naranjo, mostró a los presentes, aquel 21 de enero, su preciada imagen. Dicen que desde ese instante quedó establecida la fecha como culto a la Virgen de la Altagracia, Protectora y reina del corazón de los dominicanos.
La fe une y fortalece, sobre todo en momentos crueles y difíciles. Los devotos creen que a través de ellos intervendrá la Virgen de la Altagracia para aliviar sus penas y por eso, este 21, una y otra vez se escucharán sus voces, repetidas, como siempre ha sido, a través de los ecos de los siglos y por los siglos…