El presidente Leonel Fernández ha jugado muy bien en su contribución para la superación de la crisis hondureña. Sería totalmente injusto poner a un pueblo a sufrir eternamente por dos graves fallas de sus políticos.
La primera y la que desató toda la crisis fue la desfachatez con la que un presidente subvirtió el orden institucional, colocándose por encima del Tribunal Superior Electoral, la Corte Suprema de Justicia, el Congreso, de un montón de leyes y de la Constitución de su país.
La segunda, y la única que irritó a la tuerta comunidad internacional, fue la abrupta destitución de un presidente sacado de sus habitaciones y expulsado a otro territorio, por parte de los militares, sin que mediara un procedimiento institucional. Esta acción victimó un desenfrenado que no merece ninguna de las reverencias que se les han obsequiado.
También empañó y deslegitimó un proceso electoral cuyo desenlace estaba claramente marcado antes de los acontecimientos que sumieron a Honduras en uno de los peores momentos de su historia.
Aunque Mel Zelaya hubiese continuado estrujando la Constitución de su país e incurriendo en las payasadas que caracterizaron su mandato, por el tiempo que le quedaba desde el 28 de junio hasta el 27 de enero, Porfirio Lobo Sosa, habría sido de todas formas electo como el nuevo presidente de Honduras, como lo establecieron de manera sistemática todos los sondeos.
No fue propiciador del golpe de Estado, como no lo sería ningún candidato que lleve la delantera en un proceso que esté a la vuelta de la esquina.
A lo sumo se le puede enrostrar que no lo enfrentó de manera contundente, y no podía hacerlo sin afectar significativamente su posicionamiento en el mercado electoral hondureño.
Sus asesores, de manera muy correcta le recomendaron prudencia. Ante le hecho consumado por qué razón el candidato que quiere mantener asegurado su triunfo va enfrentar a los partidos políticos, al Congreso, a la Iglesia Católica, a los empresarios, a los principales medios de comunicación y a la mayoría del pueblo.
Lobo tenía primero que ganar adentro y luego de tener a mano su certificado de presidente electo, empezar a trabajar como lo ha hecho de manera muy exitosa por reconciliar a Honduras con la comunidad internacional.
El pacto con el presidente Fernández, que de haberlo insinuado antes de las elecciones le hubiese mermado respaldo, ha sido un logro significativo para la nueva ambientación que ha querido crear.
Es cierto que su juramentación contó con una pírrica concurrencia de jefes de Estado, apenas tres, pero lo importante para Honduras no es cuando presidente asistieran, sino cuántos países estuvieran representados.
Dos días después de su juramentación, Estados Unidos y Honduras, anunciaron la normalización de sus relaciones, mientras que la Unión Europea, cuyos 27 países habían roto vínculos con ese país, le han cursado una invitación para una reunión informal que realizarán en Bruselas.
Por su parte, el presidente Alvaro Uribe, que no concurrió a la toma de posesión en la que los focos estarían más pendiente del rescate que haría el presidente Fernández, que de cualquier otra presencia, éste sábado se ha desmontado solito en Honduras a simbolizar lo que seguirá ocurriendo con muchos otros países.
En cuanto a Zelaya, ojalá que no nos honre con presencia durante mucho tiempo, porque….