Mi primera naturaleza consiste en amar incondicionalmente la libertad.
Viajar por la nueva ruta a Las Terrenas, provincia Samaná, crea un placer de ánimo de los sentidos y más cuando llegamos a Los Haitises.
Mi hijo Néstor va girando con lentitud. Yo, contando los tramos que se apartan de la dirección recta entre la bella foresta de hondanadas sin huellas de pisadas que dañan y ensucian.
Nos baña en olor suave y delicioso del pigmento verde de los árboles fijados a los cloroplastos.
En realidad no sé cuantas curvas hay, hoy conté 40, en otros viajes 43 y 45. Son recodos emocionantes. Allí la inteligencia desarrollada del hombre y la naturaleza se abrazaron en la amistad que supo cuidar en entorno construyendo una excelente vía.
Antes decíamos allá, hoy, allí está la extensa rumorosa playa de Las Terrenas. Gracias al ejercicio del cumplimiento de la ley, toda, toda la playa con sombra de árboles, almendras, uvas y cocoteros es gozo de bien común. Nadie se siente molesto, no hay lugar privado. Para eso Dios creó la naturaleza sin distinción de persona. Y vio que todo lo que hizo era bueno.
Las Terrenas es la playa de la familia universal. Franceses, italianos, residentes y visitantes, turistas que llegan en autobuses de buques fondeados en la bahía de Samaná, dominicanos que van los fines de semana y los pobladores de ese acogedor paraíso, nadan, caminan, leen, saborean el pescado frito con tostones, agua de coco y frutas.
Saliendo el brillante rey del día comencé a caminar a todo lo largo de la pleamar. ¡Oh Dios alguien en violación al artículo 49 de la ley 305 del 30 de abril de 1968. Comenzó una construcción de concreto y otra de madera, que no fueron terminadas. Están podridas, oxidadas y una empalizada de alambre de púas a lo largo de la parte interior de la acera que está a la orilla de la carretera que va a Samaná¡
Un vigilante privado le abre el portón que tiene la empalizada, a una pareja que viene de los apartamentos “Balcones del Atlántico”.
Pregunte a dos pescadores que se preparaban para salir a su faena, acerca de las podridas instalaciones y de la empalizada. Contestaron: cuando construyeron aquellos apartamentos, de donde vinieron esas dos personas, comenzaron a construir un club de playa para los señores.
Vimos que pararon los trabajos porque la ley lo prohíbe. Aquí donde estamos todo es playa pública. Lo malo fue que no tumbaron esa enramada y la empalizada. Ese vigilante no se atreve a prohibirnos nada. Les deseé buena pesca.
La autoridad debe actuar, exigir que sean derribadas las instalaciones que son un peligro para los bañistas, quitar la empalizada y el vigilante. Así borrar definitivamente el intento de usurpación, aun huele a privatización.
¿Quién paga el servicio del vigilante y que ordenes tiene en ese lugar público? Es una insoportable osadía, un desacato contra la vida de obediencia a la ley y el debido respeto a los demás.
Palpo la violencia de intenciones torcidas, debilidades egoístas que se anidan en los corazones.
Vemos y sentimos los abusos como una larga ola destructora con toda la fuerza oculta de una naturaleza arraigada como sello abominable, inaceptable, que nos quieren imponer como algo natural. Protestamos, es una violación a la esencia de la vida humana.
Catón el censor de Roma, con su reconocida reputación moral aseveraba: Que los pueblos se pierden no por falta de capitanes, sino por no saber curar a tiempo los pequeños males que pueden hacer graves.
Ya sabemos de las vergonzosas prohibiciones, antisociales en las playas de Bávaro y Punta Cana.