Cuando se habla de un siglo en la historia, los hechos se plasman con tal velocidad, que los propios tiempos transcurridos no parecen poder atrapar mientras pasan.
Para nadie es un secreto que la figura de Rafael Leónidas Trujillo resulta ser un fantasma que recorre el país constantemente, y que en una buena parte de la población dominicana subyacen los remanentes de esa dictadura, que sin duda para nadie, cobró muchas, pero muchas vidas, por lo que el tema sigue siendo una “deuda no saldada”.
De tal manera se expresan los hechos que, como escribe en este mismo espacio el colega Cristian Abreu, impidió la puesta en circulación del libro “Trujillo, mi padre”, de la hija menor del ex dictador, Angelita Trujillo Martínez.
Que se haya presentado sin grandes contratiempos en los Estados Unidos, no podía significar que sucediese lo mismo en la República Dominicana. Aquí están todavía, muy recientes, para los familiares de las víctimas de la dictadura y sus descendientes y hasta para la historia de la patria, lo ocurrido en aquellas tres décadas y, sobre todo, lo acontecido tras los hechos del 14 de junio de 1959.
Que los familiares de Trujillo deseen mostrar otra imagen histórica y personal del dictador, es su voluntad y decisión, pero nadie, absolutamente nadie, puede olvidar que aún en Constanza, Estero Hondo y Maimón, sin hablar de la 40 y los mares que rodean esta hermosa nación, quedaron sepultados bajo esa tierra, comidos por los tiburones y extinguidos por las torturas, esos seres que, hace medio siglo aproximadamente, enfrentaron una dictadura tal. Hay que recordar que sus familiares viven y que abrir viejas heridas, siempre duele y mucho.