Antes de dar el paso que lo llevó a poner en juego una de las prendas que ha guardado con celo durante los últimos 30 años: la militancia peledeísta, se apareció por mis oficinas, y suspendí compromisos para recibirlo.
“Gilberto, tenemos compromisos mayores, y cualquier decisión que adoptes al margen, los afecta”.
Le hablé de paciencia y del posicionamiento que él se había labrado en circunstancias muy adversas, primero para ubicarse por encima de sus otros compañeros que procuraban la candidatura a síndico del Partido de la Liberación Dominicana por Santiago, y luego para superar a José Enrique Sued en las mediciones que ordenó el PLD, algunas de las cuales fueron trastocadas para apartar el principal escollo para el entendimiento con el Partido Reformista Social Cristiano.
Salió instituido en una realidad insoslayable a pesar de que el programa pautado por el Comité Político se precipitó con la intención expresa de descartarlo. Se había acordado que el que ganara las encuestas entre los precandidatos internos, sería proclamado y contaría con un plazo de quince a veinte días para llevar a cabo una intensiva campaña de posicionamiento. Con el alegato de la falta de tiempo, a Gilberto Serulle le metieron la segunda etapa de mediciones sin ningún chance para nada.
Horas antes de que el Comité Político se reuniera a proclamar en forma unánime a José Enrique Sued, me tocó el ingrato papel de informarle a Gilberto que los resultados que se llevarían ante ese organismo no eran aquéllos de los que habíamos dado cuenta en forma preliminar la noche del domingo, sino otros en los que Sued era favorecido.
Tan evidente fue la manipulación, que tres encuestas aplicadas en un mismo tiempo y lugar, arrojaron resultados con márgenes de diferencia inexplicables. Una fue ganada por Serulle por un punto, y las otras dos una la perdió por ocho, y otra por más de veinte. Pero le razoné que aunque las elecciones del 2010 no están amarradas a las del 2012, más que en la cantidad de posiciones ganadas, en los posicionamientos de los partidos en las principales plazas, proyectan una señal.
Él entendía esas cosas, pero denotaba una dignidad profundamente lastimada.
Me previno de que tenía una de dos opciones, o postularse por una coalición de pequeños partidos, o postularse por el PRD consciente de que eso lo distanciaba de votantes morados, que ¿cuál era mi opinión?
“Que no debes irte de tu partido, pero que si de todas maneras decides aceptar la postulación, debe ser por la vía que te proyecta posibilidad real de triunfo. Si eres sólo candidato de esos grupos, mermas los votos de José Enrique, pero no ganarías tú, sino el PRD. Si das el paso, debe ser aceptando la oferta que te hace el PRD”.
Cuando lo despedí, volví al escritorio, pedí un café, le agregué coñac y no pude contener las lágrimas. Percibí que ese amigo estaba dispuesto a jugarse el todo por el todo, que la siembra de tantos años de sacrificios, quedaba sujeta a una apuesta, la de ganar, porque solo eso le preservaría futuro político.
Avizoré la maquinaria de un partido de gobierno, aceitada para salir a tratar de aplastarlo, pero aún así, que se cuiden de que Santiago no lo entronice como una meta, porque entonces nada ni nadie lo detiene.